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martes, 17 de julio de 2012

¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas? - Cap XV - Philip K. Dick

Viene de "¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas? - Cap XIV - Philip K. Dick"


 CAPÍTULO XV

Solemnemente procedieron a la votación. 

—Nos quedaremos aquí —afirmó Irmgard, resueltamente—En este apartamento, en este edificio.
—Yo voto porque matemos al señor Isidore y nos vayamos a otro lugar —dijo Roy Baty; su mujer, él mismo, y John Isidore, miraron tensos a Pris.
—Yo voto porque nos quedemos —dijo en voz baja—Creo que el valor de J. R. para nosotros supera el peligro de que sepa la verdad. Es evidente que no podemos vivir entre los humanos sin ser descubiertos. Eso fue lo que terminó con Polokov, con Garland, Luba, Anders. Con todos.
—Tal vez ellos hicieron lo mismo que nosotros —sugirió Roy Baty—: confiar en algún ser humano que les parecía diferente. O como has dicho tú, especial.
—No podemos saberlo —respondió Irmgard—Eso es sólo una conjetura. Yo creo que ellos andaban por ahí —hizo un gesto—, o cantaban en un escenario..., como Luba. Nosotros confiamos... Te diré en qué cosa confiamos y nos traiciona, Roy. En nuestra maldita inteligencia superior —miró a su marido; sus senos altos y pequeños subían y bajaban con rapidez—Somos tan inteligentes..., maldito sea, Roy. Tú estás cometiendo el mismo error...
—Creo que Irm tiene razón —dijo Pris.
—De modo que confiaremos nuestras vidas a un infradotado —Roy no terminó la frase, y luego cedió—Estoy cansado. Ha sido un largo viaje, Isidore — dijo sencillamente—Y no hemos estado mucho tiempo aquí, infortunadamente.
—Espero contribuir a que vuestra estancia en la Tierra sea agradable —dijo Isidore, feliz. Estaba seguro de poder... Además, le parecía algo espléndido, la culminación de toda su vida. Y de la nueva autoridad que había asumido ese mismo día en su trabajo, ante el videófono...

Apenas concluidas sus tareas de esa tarde, Rick Deckard voló al mercado de animales. Las tiendas de los grandes vendedores de animales, con sus enormes escaparates y sus fantásticos letreros, ocupaban varias manzanas. La novedosa y horrible depresión que había sufrido antes, temprano, no se había disipado aún. Pero ver los animales y tratar con los vendedores podía perforar esa depresión, crear en ella una falla que le permitiría asirla y exorcizarla. En otros tiempos, ver animales y enterarse de las costosas ventas le había sido de gran ayuda. Quizá también ocurriera ahora. 

—Sí, señor —dijo un joven vendedor elegantemente vestido, mientras Rick miraba los animales expuestos con una especie de manso asombro—¿Ha visto algo que le agrade? 
—Muchos me agradan —respondió Rick—Lo que me preocupa es el precio.
—Usted puede elegir la forma de compra —dijo el vendedor—Me indica qué quiere llevarse a casa y cómo quiere pagar. Yo le llevaré la propuesta al gerente de ventas y haré que la apruebe.
—Tengo tres mil en efectivo —al final de la jornada, el departamento le había pagado su bonificación—¿Cuánto vale esa familia de conejos?
—Señor, si usted puede hacer un pago inicial de tres mil, podría también ser propietario de algo bastante mejor que un par de conejos. ¿Qué le parece una cabra?
—Nunca me han gustado mucho las cabras.
—¿Puedo preguntarle si esto significa para usted, un nuevo punto de vista en materia de precios?
—Bueno, normalmente no poseo tres mil dólares —respondió Rick.
—Eso es lo que pensé, señor, cuando usted habló de conejos. Lo malo es que todo el mundo tiene un conejo. Y me gustaría que ascendiese usted a la clase de los poseedores de cabras, como considero justo. Con franqueza, usted me parece aun mucho más que un poseedor de cabras.
—¿Qué ventajas tiene una cabra? 

El vendedor de animales dijo:
 
—La ventaja específica de una cabra es que se le puede enseñar a embestir a cualquier persona que intente robarla.
—Salvo que le disparen un hipnodardo y los ladrones desciendan por la escalinata de un coche aéreo suspendido... 

El vendedor, impertérrito, continuó:
 
—La cabra es leal. Posee un alma libre que ninguna cárcel puede contener. Y hay además otra ventaja, que quizá no recuerde usted: con frecuencia, cuando se hace una inversión en un animal, se descubre cualquier mañana que ha comido algo radiactivo y ha muerto. A una cabra no le afectan los alimentos cuasicontaminados; puede comer eclécticamente, incluso cosas que matarían a una vaca o un caballo, y más específicamente, a un gato. Consideramos que, puesto que se trata de una inversión a largo plazo, una cabra, y en particular una hembra, ofrece ventajas incomparables a todo propietario de animales verdaderamente serio.
—¿Es una hembra? —Rick había visto una gran cabra negra en el centro de su jaula. Se dirigió hacia ella, seguido por el vendedor.
—Sí, es una hembra. Una cabra negra, nubia, muy grande, como puede ver. Es una verdadera competidora en el mercado de este año, señor. Y la tenemos en oferta a un precio muy atractivo y muy, muy bajo. 

Rick extrajo su arrugado ejemplar del Sidney y buscó el precio de lista de la cabra nubia negra. 

—¿Pagará usted en efectivo? —preguntó el vendedor—¿O entrega como parte de pago un animal usado?
—Efectivo —respondió Rick.  

El vendedor escribió un precio en un papel y se lo mostró casi furtivamente a Rick.

—Es demasiado —dijo Rick, escribiendo en el mismo papel una cifra más modesta.
—No podríamos vender una cabra por ese precio —protestó el vendedor mientras escribía otra cifra—Esta cabra no tiene todavía un año. Su expectativa de vida es muy elevada —le mostró la cantidad a Rick.
—Trato hecho.

Firmó el contrato y los documentos aplazados, entregó sus tres mil dólares — todas las bonificaciones que había ganado— como aporte inicial, y se encontró junto a su coche aéreo mientras los empleados de la tienda cargaban a bordo una gran cesta con la cabra.

Ahora soy dueño de un animal, se dijo. Un animal vivo, no eléctrico... Por segunda vez en mi vida.  Le estremecía el gasto, la deuda asumida. Pero tenía que hacerlo, se dijo. La experiencia con Phil Resch... Debo recuperar mi confianza, mi fe en mí mismo y en mi capacidad. De lo contrario, no podré conservar mi trabajo. 

Con manos temblorosas elevó su coche al cielo y se dirigió a su casa. Irán se enfadará, pensó. La responsabilidad la abrumará. Y como ella es la que está todo el día en casa, gran parte del mantenimiento quedará en sus manos. Nuevamente se sintió angustiado.

Cuando aterrizó en el terrado de su casa se quedó un momento en su asiento, tratando de componer mentalmente una justificación verosímil. Es por mi trabajo, pensó, por el prestigio. No podíamos seguir con esa oveja eléctrica: minaba mi moral. Quizá pueda decirle eso a Irán. Descendió con esfuerzo, jadeando, bajó la cesta del asiento trasero al suelo. La cabra se movió y los miró con ojos brillantes, pero no emitió sonido alguno. 

Rick fue a su apartamento, y siguió el familiar camino por los pasillos hasta su puerta.

—Hola —dijo Irán, atareada con la cena, desde la cocina—¿Por qué llegas tan tarde?
—Ven al terrado —le dijo—Quiero mostrarte una cosa.
—Has comprado un animal —Irán se quitó el delantal, alisó su cabello en un gesto maquinal y salió con él. Ambos caminaban con pasos largos y alegres— Deberías haberme llevado a comprarlo contigo —susurró—Tengo derecho a participar en la decisión... Es la compra más grande que nunca...
—Quería darte una sorpresa —respondió Rick.
—Has ganado alguna bonificación —dijo ella.
—Sí. He retirado tres andrillos —entraron en el ascensor y se acercaron un poco a Dios—Tenía necesidad de comprar esto —explicó—Hoy hubo algo que no marchó bien, me refiero al retiro de los andrillos. Y no podré continuar si no tengo un animal —el ascensor llegó al terrado y entonces guió a su mujer en la oscuridad de la noche hacia la pequeña dehesa. Encendió las luces que mantenían todos los ocupantes del edificio en comunidad, y silenciosamente señaló a la cabra mientras espiaba su reacción.
—Oh, Dios mío —dijo suavemente Irán. Avanzó hacia la cesta, miró el interior, y luego giró en torno, para ver la cabra desde todos los ángulos—¿Es real? —preguntó—¿No es falsa?
—Absolutamente real —respondió él—Si no me han engañado —pero eso no solía suceder. La multa por falsificación era enorme: dos veces y media el valor total del animal auténtico—No, no me han engañado.
—Es una cabra —dijo Irán—Una cabra nubia negra.
—Y es hembra —observó Rick—De modo que más adelante podremos cruzarla, tendremos leche y con ella haremos queso.
—¿No podemos sacarla? ¿Ponerla junto a la oveja?
—Tiene que estar atada, al menos por unos días.

Irán dijo, en voz baja y extraña:
 
—”Mi vida es amor y placer”. Es una canción vieja, muy vieja, de Josef Strauss. ¿Recuerdas? La primera vez que nos encontramos —le puso delicadamente una mano en el hombro, se apretó contra él y lo besó—Mucho amor y placer.
—Gracias —respondió Rick, abrazándola.
—Bajemos a agradecerle a Mercer. Luego volveremos y le pondremos un nombre. Tiene que tener un nombre. Y quizá puedas encontrar una soga para atarla.

Bill Barbour, el vecino, que estaba atendiendo y peinando a su yegua Judy, les dijo:

—Es hermosa esa cabra, Deckard. Buenas noches, señora Deckard. Felicitaciones. Quizá tenga cabritos... Y cambiaría mi potrillo por un par de cabritos...
—Gracias —contestó Rick. Siguió a Irán hacia el ascensor—¿Sirve esto para curar tu depresión? —preguntó—Cura la mía.
—Naturalmente. Ahora podemos reconocer que la oveja es falsa.
—No es indispensable —observó él, cautelosamente.
—Pero podemos —insistió Irán—Ahora no tenemos nada que ocultar. Lo que siempre hemos querido se ha hecho realidad. ¡Es un sueño! —una vez más se irguió en puntas de pie y lo besó; su respiración ansiosa le cosquilleaba en el cuello. Luego oprimió el botón del ascensor.

Rick sintió una especie de advertencia. Algo le hizo decir: 

—No bajemos todavía. Quedémonos con la cabra. Podemos sentarnos y mirarla, y quizá darle algo de comer. Me dieron un saco de avena para comenzar. Y deberíamos leer el manual de cuidado de las cabras; lo incluyeron sin cargo... Podríamos llamarla Euphemia...

El ascensor había llegado. Irán entró en él.
 
—Espera, Irán —dijo Rick.
—Sería inmoral no fundirse con Mercer en acto de gratitud —dijo Irán—Hoy cogí las asas de la caja y vencí un poco mi depresión. Un poco, no como ahora. Pero de cualquier modo recibí una pedrada, aquí —alzó la muñeca y mostró a Rick un pequeño moretón oscuro—Y recuerdo que pensé en cuánto mejor estamos cuando nos fundimos con Mercer. A pesar del dolor. Duele físicamente, pero estamos espiritualmente juntos. Sentí a todos los demás que, en todo el mundo, se fundían en ese momento —retuvo abierta la puerta del ascensor—Ven Rick. Será sólo un momento. Casi nunca te fundes. Y hoy querría que transmitieras a todos los demás el ánimo en que te encuentras. Es algo que les debes; sería inmoral que te lo guardaras para ti.

Tenía razón, por supuesto. De modo que entró en el ascensor, y ambos fueron a su piso. En el living, Irán encendió la caja de empatía con el rostro animado por una alegría creciente. Como una luna nueva. 

—Quiero que todos lo sepan —dijo—Una vez me ocurrió: me fundí y alguien acababa de adquirir un animal. Y otro día —sus rasgos se oscurecieron por un instante; el placer se había disipado—, sentí a una persona cuyo animal había muerto. Otros tenían alegrías que compartir... Yo no tenía ninguna, como sabes; pero eso reanimó a esa persona. Uno puede llegar hasta un suicida en potencia; lo que uno tiene, lo que uno siente, puede...
—Ellos recibirán nuestra alegría —replicó Rick—, pero nosotros cambiaremos lo que sentimos por lo que ellos sienten y la perderemos. 

La pantalla de la caja de empatía mostraba una corriente de vivos colores sin forma; conteniendo la respiración, Irán cogió con fuerza las asas. 

—No perderemos realmente lo que sentimos, si lo tenemos claramente en el espíritu. Nunca has sentido del todo la fusión, ¿verdad, Rick?
—Supongo que no —contestó. Pero por primera vez comprendía el bien que la gente como Irán recibía del Mercerismo. Probablemente, su experiencia con el cazador de bonificaciones Phil Resch había alterado alguna diminuta sinapsis de su cerebro, había cerrado una conexión neural y abierto otra; tal vez esto había iniciado una reacción en cadena—Irán —dijo enérgicamente, apartándola de la caja—Escucha; quiero hablarte de lo que me ha ocurrido hoy —la condujo hasta un diván y le indicó que se sentara—Conocí a otro cazador de bonificaciones. Uno que no conocía, y a quien aparentemente le gusta matar a los androides. Y por primera vez, después de estar con él, los empecé a ver de otra manera. Quiero decir que yo, antes, los veía como él. Me hice el test, una pregunta, y pude verificar que he empezado a empatizar con los androides. ¿Comprendes lo que eso significa? Tú misma lo dijiste esta mañana, “esos pobres andrillos”. Así que sabes de qué estoy hablando. Y por eso compré la cabra. Jamás lo había sentido antes. Podría ser una depresión como las tuyas. Ahora comprendo cómo sufres cuando estás deprimida. Yo pensaba que te gustaba sentirte así, y que siempre podías salir de la depresión, al menos con ayuda del órgano de ánimos. Pero cuando la depresión es muy profunda, no te importa. Sientes apatía, porque has perdido toda sensación de valor. Y no te importa sentirte mejor porque, si no tienes valor...
—¿Y tu trabajo? —la dureza del tono de Irán hizo parpadear a Rick—Tu trabajo. ¿De cuánto son las cuotas mensuales? 

Pensativo, Rick sacó el contrato que había firmado y se lo alcanzó.
 
—Tanto... Dios mío, el interés —dijo ella—, sólo el interés... Y lo hiciste porque estabas deprimido; no para darme una sorpresa, como me habías dicho — le devolvió el contrato—Está bien; no importa. De todos modos estoy contenta. Me encanta la cabra. Pero será una carga pesada —se había puesto triste.
—Podría pasar a otro despacho —dijo Rick—El departamento se ocupa de unas diez actividades diferentes. Puedo pedir que me transfieran a robos de animales.
—Pero el dinero de las bonificaciones... Lo necesitarnos; de lo contrario, se llevarán la cabra.
—Llevaré el contrato de treinta y seis meses a cuarenta y ocho —cogió un bolígrafo e hizo un rápido cálculo en el dorso del contrato—Así sólo tendremos cincuenta y dos con cincuenta dólares menos por mes. 

Sonó el videófono.
 
—Si no hubiéramos bajado —dijo Rick—, si nos hubiésemos quedado en el terrado, con la cabra, no habríamos recibido esta llamada.

Irán se dirigió al videófono.
 
—¿De qué tienes miedo? Todavía no vendrán a llevarse la cabra —cogió el receptor.
—Es el departamento. Diles que no he llegado —Rick se dirigió al dormitorio.
—Hola —dijo Irán.

Rick estaba pensando en los tres androides que debería estar persiguiendo en ese momento, en lugar de haber vuelto a casa. En la pantalla se había formado el rostro de Harry Bryant, de modo que era muy tarde para alejarse. Se acercó con los músculos de las piernas rígidos.

—Sí, está aquí —decía Irán—Nos hemos comprado una cabra. ¿Cuándo vendrá a verla, señor Bryant? —después de una pausa le entregó el receptor a Rick—Tiene algo urgente que decirte —luego retornó a la caja de empatía, se sentó ante ella y nuevamente aferró las asas gemelas. 

Inmediatamente se concentró. Rick, con el receptor en la mano, sintió el alejamiento mental de Irán, y su propia soledad.
 
—Hola —dijo.
—Tenemos la pista de dos de los androides —informó Harry Bryant. Llamaba desde su despacho; Rick podía ver el escritorio conocido, cubierto de documentos y papeles—Es evidente que sabían lo ocurrido. Abandonaron la dirección que Dave nos dio y ahora están en... Un momento —Bryant buscó y encontró la dirección, mientras Rick, automáticamente, cogía el bolígrafo y el contrato de la cabra.
—Edificio Conapt 3967”C” —dijo el inspector Bryant—Vaya allá tan pronto como pueda. Debemos suponer que conocían el retiro de Garland, Luft y Polokov. Por eso se han fugado ilegalmente.
—Ilegalmente —repitió Rick. Para salvar sus vidas.
—Irán me contó que se ha comprado una cabra. ¿Fue hoy mismo? ¿Después del trabajo?
—Mientras regresaba a casa.
—Iré a verla apenas haya retirado a los androides restantes. Ah, acabo de hablar con Dave. Le hablé de las dificultades que había tenido usted; le envía sus felicitaciones y le aconseja que sea más cuidadoso. Dice que los modelos Nexus-6 son más inteligentes de lo que había previsto... Apenas podía creer que usted hubiese despachado tres en un solo día.
—Tres son bastante por hoy. No puedo hacer más. Tengo que descansar.
—Mañana se habrán ido —señaló el inspector Bryant—Se marcharán de nuestra jurisdicción.
—No tan pronto...
—Vaya esta misma noche, antes de que se preparen —insistió Bryant—No esperarán que usted se mueva tan rápidamente.
—Me estarán esperando...
—¿Tiene miedo? ¿Por qué Polokov...
—No tengo miedo —respondió Rick.
—Entonces, ¿qué ocurre?
—Está bien. Iré —se dispuso a cortar la comunicación.
—Llámeme apenas tenga resultados. Estaré en mi despacho.
—Si los retiro, me compraré una oveja.
—Ya tiene una. Desde que lo conozco tiene una oveja.
—Es eléctrica —respondió Rick, y colgó. Esta vez será una verdadera, se dijo. Tengo que tener una, en compensación. 

Irán estaba agachada sobre la caja negra de empatía, extasiada. Rick permaneció a su lado un momento. Le apoyó una mano en el pecho, lo sintió subir y bajar, sintió la vida que palpitaba en Irán, pero ella no se dio cuenta. La fusión con Mercer era, como siempre le ocurría, completa.
 
En la pantalla, la figura de Mercer, anciano, con su manto, subía trabajosamente. De repente una piedra voló a su lado. Rick se dijo: Dios mío, mi situación es peor. Mercer no debe hacer nada ajeno a él; sufre, pero al menos no se le obliga a violar su propia identidad. Se inclinó, desprendió suavemente los dedos de Irán de las asas, la apartó y ocupó su lugar. Por primera vez en semanas. Era un impulso, no lo había planeado, simplemente había sucedido.
 

Estaba entre malezas desoladas. El aire olía a flores rústicas. Era el desierto, donde jamás llueve.

Había un hombre. En sus ojos doloridos brillaba una luz piadosa.
 

—Mercer —dijo Rick.
—Soy tu amigo —dijo el anciano—Pero debes continuar tu camino como si yo no existiera. ¿Puedes comprender? —abrió sus manos vacías.
—No —repuso Rick—No puedo comprender. Necesito ayuda.
—¿Y cómo podré salvarte si no puedo salvarme? —sonrió—¿Ves? No hay salvación.
—Entonces, para qué sirve todo? ¿Para qué estás tú?
—Para demostrarte que no estás solo —respondió Wilbur Mercer—Estoy aquí, contigo, y aquí estaré siempre. Ve y haz tu tarea, aunque sepas que está mal.
—¿Por qué? —preguntó Rick—¿Por qué debo hacerla? Dejaré mi trabajo, emigraré.
—A donde quiera que vayas, te obligarán a hacer el mal —dijo el anciano—Esa es la condición básica de la vida, soportar que violen tu identidad. En algún momento, toda criatura viviente debe hacerlo. Es la sombra última, el defecto de la creación, la maldición que se alimenta de toda vida, en todas las regiones del universo.
—¿Eso es todo lo que puedes decirme?


Una piedra silbó en el aire. Se inclinó, pero le golpeó el oído. Dejó escapar las asas y nuevamente se encontró en el living de su casa, junto a su esposa y a la caja de empatía. Le dolía la cabeza por el golpe; se tocó la cara y vio que le caían grandes gotas brillantes de sangre. Irán, con un pañuelo, las enjugó. 


—Creo que me alegro de que me hayas apartado. No puedo soportar las pedradas. Gracias por recibir el golpe en mi lugar.
—Me marcho —dijo Rick.
—¿Un trabajo? 
—Tres trabajos —cogió el pañuelo de Irán y se dirigió a la puerta. Se sentía aún mareado y con náuseas.
—Buena suerte —dijo Irán.
—No he recibido nada de esa caja. Mercer me habló pero no me ayudó. No sabe más que yo; es solamente un anciano que trepa por una cuesta hasta su muerte.
—?Y no es ésa la revelación?
—Yo la conocía de antemano —dijo Rick, y abrió la puerta—Hasta luego — salió y cerró; Conapt 3967”C”, dijo para sus adentros, leyendo la anotación en el dorso del contrato. Es en los suburbios... Una zona prácticamente desierta. Buen lugar para esconderse, excepto por el alumbrado nocturno. Seguiré las luces, pensó.


Un cazador fototrópico, como la mariposa de la calavera. Y después, nunca más. Haré otra cosa, me ganaré la vida de otra manera. Estos tres serán los últimos. Mercer tiene razón: debo acabar con ellos... Sólo que no sé si podré. Dos androides juntos no son un problema moral sino un problema práctico. Lo más probable es que no pueda retirarlos, aunque me lo proponga. Estoy demasiado fatigado y hoy han ocurrido muchas cosas. Quizá Mercer lo sabía; tal vez pueda preverlo todo. Pero yo sé a quién pedirle ayuda. A quien me la ha ofrecido antes, aunque yo la haya rehusado.


Llegó al terrado y un momento más tarde se encontraba en la cabina de su coche aéreo, a oscuras, marcando un número. 


—Rosen Association —dijo una recepcionista.
—Rachael Rosen.
—¿Cómo, señor?
—Quiero hablar con Rachael Rosen.
—¿La señorita Rosen espera...?
—Naturalmente —respondió. Esperó.
 

Unos minutos después el rostro pequeño y oscuro de Rachael Rosen aparecía en la pantalla.

—Hola, señor Deckard.
—¿Está ocupada ahora o podemos hablar? —preguntó—Así como me dijo usted más temprano —no parecía el mismo día. Una generación debía de haber nacido y declinado desde su conversación con ella. Y todo el peso, toda la fatiga, se habían concentrado en su cuerpo. Se sentía agotado. Quizá fuera a causa de la piedra. Con el pañuelo secó su oreja, que aún sangraba.


—Tiene un corte en la oreja —dijo Rachael—Qué vergüenza.
—¿Creía verdaderamente que no la llamaría, como me dijo?
—Le dije que sin mí, alguno de los Nexus-6 se le anticiparía. 
—Pues estaba equivocada.
—Sin embargo, me llama. ¿Quiere que vaya a San Francisco?
—Esta misma noche.
—Oh, es demasiado tarde. Iré mañana. Es un viaje de una hora.
—Me han ordenado que los ataque esta noche —hizo una pausa—De los ocho quedan tres.
—Tiene aspecto de haberlo pasado muy mal.
—Si no viene esta noche —dijo Rick—, iré solo y no podré retirarlos. Me acabo de comprar una cabra —agregó—Con las bonificaciones por los tres de hoy.
—Oh, los seres humanos —rió irónicamente Rachael—Las cabras huelen mal.
—Los chivos solamente. Lo leí en el manual de instrucciones.
—Está demasiado cansado —observó Rachael—Parece ofuscado. ¿No es una locura que ataque a otros tres Nexus-6 el mismo día? Nadie ha retirado seis androides en un día.
—Franklin Powers —respondió Rick—Hace más o menos un año, en Chicago. Y fueron siete.
—La variedad McMillan Y-4, obsoleta —recordó Rachael—Esto es otra cosa...No puedo, Rick. Ni siquiera he cenado.
—Te necesito —dijo él. Si no vienes, pensó, voy a morir. Lo sé.


Mercer lo sabía; ella también lo sabe. Y es perder el tiempo pedirle nada a un androide; nada hay que pueda ser conmovido en su interior. 

—Lo siento, Rick, pero esta noche no. Tiene que ser mañana.
—Venganza de androide.
—¿Por qué?
—Porque te sorprendí con el test de Voigt-Kampff.
—¿Crees eso, de verdad? —Rachael tenía los ojos muy abiertos.
—Adiós —dijo Rick, y se dispuso a colgar.
—Oye —dijo Rachael rápidamente—No estás usando tu cabeza.
—Piensas eso porque el modelo Nexus-6 es más inteligente que los seres humanos.
—No, de verdad no entiendo —suspiró Rachael—Estoy segura de que no quieres hacer ese trabajo esta noche, o tal vez nunca. ¿Quieres que te ayude a retirar a los tres restantes? ¿O que te convenza de no intentarlo?
—Ven. Ocuparé una habitación en un hotel.
—¿Por qué?
—Por algo que he oído decir hoy —respondió Rick, en voz grave—Acerca de las relaciones entre hombres humanos y mujeres androides. Ven ya mismo a San Francisco y olvidaré por el momento a los tres fugitivos. Haremos otra cosa. 


Ella lo miró y contestó bruscamente:
—Está bien. ¿Dónde te encuentro? 
—En el St. Francis. Es el único hotel decente que hay a mitad de camino, en la zona de la bahía.
—No hagas nada hasta que llegue.
—Sólo ver al Amigo Buster en la TV, en la habitación. Su artista invitada en los últimos tres días ha sido Amanda Werner. Me gusta, podría mirarla toda la vida. Sus senos sonríen —colgó y permaneció inmóvil un momento, con la mente en blanco. Por fin sintió frío, puso el coche en marcha y voló hacia la parte baja de San Francisco. Hacia el St. Francis.
 



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