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viernes, 13 de julio de 2012

¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas? - Cap XII - Philip K. Dick

Viene de "¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas? - Cap XI - Philip K. Dick"


CAPÍTULO XII


En la Opera les informaron que el ensayo había terminado, y que la señorita Luft se había marchado.
—¿Dijo a dónde pensaba ir? —preguntó Phil Resch, mostrando su carnet policial.
El hombre, un tramoyista, lo examinó.
—Fue al museo. Dijo que deseaba ver la exposición de Edvard Munch, que termina mañana.
Pero Luba Luft termina hoy, pensó Rick.
Mientras ambos caminaban por la acera hacia el museo, Phil Resch dijo:
—¿Qué quiere usted apostar? Seguro que ha huido. No la encontraremos.
—Tal vez —respondió Rick.
Llegaron al museo, averiguaron en qué piso estaba la exposición de Munch y subieron. Muy pronto se encontraron vagando entre pinturas y grabados. Había mucha gente, incluso un grupo de escolares. La voz aguda de la maestra se escuchaba por todas las salas, y Rick pensó: Esa es la voz, y la figura, que debería tener un andrillo. Y no las de Rachael Rosen o Luba Luft. O el hombre —o la cosa— que iba a su lado. 

—¿Ha visto alguna vez un andrillo que tuviera un animal? —preguntó Phil Resch. 

Por alguna razón oscura Rick sentía la necesidad de ser brutalmente sincero. Quizás había empezado a prepararse para la tarea que le esperaba. 

—En dos casos que he conocido, los androides tenían y cuidaban animales. Pero es muy raro. Por lo que sé, suele fallar. El andrillo es incapaz de mantener al animal con vida. Los animales exigen un ambiente de cariño, excepto los reptiles y los insectos.
—¿Y una ardilla necesita una atmósfera de amor? Porque Buffy está espléndida y lustrosa como una nutria. La peino día por medio. 

Phil Resch se detuvo ante un cuadro al óleo; mostraba a una criatura pelada y oprimida, con una cabeza semejante a una pera invertida, que apretaba sus manos horrorizadas contra sus oídos, con la boca abierta en un vasto grito mudo. Las olas encrespadas de su dolor, los ecos del grito, ocupaban el espacio que la rodeaba. El hombre, o la mujer, estaba encerrado dentro de su propio aullido. Se cubría los oídos para protegerse de su propia voz. La criatura estaba de pie en un puente, y no había nadie más. Gritaba a solas. Aislada por el grito o a pesar de él. 

—También hay un grabado con este tema —observó Rick, leyendo la tarjeta colocada debajo de la pintura.  
—Se me ocurre que así deben sentirse los androides —dijo Phil Resch, y trazó en el aire los ecos, visibles en la pintura, del grito de la criatura—Yo no me siento así, por lo tanto quizá no sea un...

Se interrumpió porque varias personas se acercaban a ver el cuadro.
—Allí está Luba Luft —Rick la señaló, y Phil Resch abandonó sus oscuros pensamientos y defensas. Ambos avanzaron hacia ella a paso mesurado, tomándose su tiempo, como si nada. Era vital, en todo caso, que mantuvieran un aire trivial. Había que proteger a cualquier precio, incluso el de perder la presa, a los seres humanos inconscientes de la presencia de androides. 

Luba Luft sostenía un catálogo impreso; vestía unos brillantes pantalones que se afinaban hacia los tobillos, y un chaleco dorado y pintado. Parecía absorta en un cuadro, el dibujo de una jovencita sentada al borde de una cama, con las manos unidas y expresión de asombro y de un pánico nuevo y creciente. 

—¿Quiere que se la compre? —le preguntó Rick a Luba Luft, cogiéndole suavemente el brazo. Le expresaba así que se había apoderado de ella, y que no le era preciso esforzarse para detenerla. Del otro lado, Phil Resch, Phil Resch le apoyó en el hombro una mano en la que resaltaba el bulto de un tubo láser. Resch no pensaba correr riesgos, después de lo sucedido con Garland.

—No está en venta —Luba Luft lo miró distraída, luego intensamente, cuando lo reconoció. Su mirada se torno opaca y los colores abandonaron su rostro, que adoptó un tono cadavérico, como si ya hubiera empezado a pudrirse, como si su vida se hubiese retirado a un recóndito lugar en su interior, dejando su cuerpo abandonado a la ruina.
—Señorita Luft —respondió Rick—, éste es el señor Resch. Phil Resch, le presento a la célebre cantante de ópera Luba Luft. El policía que me arrestó es un androide, como su jefe. ¿Conocía usted al inspector Garland? Me dijo que habían venido juntos en la misma nave, en grupo.
—El departamento policial adonde usted llamó —explicó Phil Resch— y que funciona en un edificio de la calle Mission, es aparentemente el centro orgánico que utiliza su grupo para mantenerse en contacto. Y hasta se sienten suficientemente confiados para contratar a un cazador de bonificaciones humano. Es evidente...
—¿Usted? —dijo Luba Luft—Usted no es humano. No más que yo: también es un androide.
Hubo una pausa y Phil Resch dijo en voz grave y controlada:
—Ya nos ocuparemos de eso a su debido tiempo —luego se dirigió a Rick— Llevémosla a mi coche.
Los tres, con Luba en el centro, se dirigieron hacia el ascensor. Luba Luft no se movía por su propia voluntad, pero tampoco se resistía de un modo activo. Parecía resignada. Rick había visto esto en otros androides, en situaciones graves. La energía artificial que los animaba declinaba cuando se les exigía demasiado. En algunos casos, pues en otros, esa energía estallaba con furia.

Los androides tenían, como él sabía, el deseo innato de pasar inadvertidos. En el museo, rodeada de gente, Luba Luft probablemente no intentaría nada. El verdadero encuentro, sin duda el último para ella, ocurriría en el coche, donde nadie pudiera verla. Allí era posible que se liberara violentamente de sus inhibiciones. Rick se preparó, sin pensar por el momento en Phil Resch. Tal como él mismo había dicho, ya habría que ocuparse de eso a su tiempo. 

Al final del pasillo, junto a los ascensores, había un pequeño puesto donde vendían copias y libros de arte. Luba se detuvo. 

—Un momento —le dijo a Rick; el color había retornado a su rostro, en parte, y una vez más parecía vivir..., al menos momentáneamente—Cómpreme una reproducción de la obra que estaba mirando cuando me encontraron; la de la chica sentada en la cama.

Después de una pausa. Rick se dirigió a la vendedora, una mujer de mediana edad, con la quijada prominente y el pelo gris sujeto por una redecilla. 

—¿Tiene una reproducción de Pubertad, de Munch?
—Sólo en el libro de la obra completa —respondió la vendedora, cogiendo el hermoso volumen satinado—Veinticinco dólares, señor.
—Lo llevaré.
—Mi sueldo no alcanza para... —dijo Phil Resch.
—Yo lo compraré —respondió Rick. Pagó a la mujer y dio el libro a Luba— Vamos.
—Se lo agradezco mucho —dijo Luba mientras entraban en el ascensor—Hay algo misterioso y conmovedor en los seres humanos. Un androide jamás habría hecho eso —miró glacialmente a Phil Resch—A él no se le habría ocurrido —su mirada era de verdadera hostilidad y aversión—La verdad es que no me gustan los androides. Desde que llegué de Marte, mi vida ha consistido en imitar a los seres humanos, en hacer lo que hacen las mujeres humanas, imaginando que tenía sus impulsos y pensamientos, tratando de asemejarme a lo que considero una forma de vida superior. A usted, Resch, ¿no le ocurre? No trata de...
—No puedo tolerarlo —dijo Phil Resch, buscando algo en su abrigo.
—No —dijo Rick. Trató de cogerle la mano, pero Resch retrocedió y lo evitó.

El test de Boneli, recordó Rick.
—Ha admitido que es una androide —dijo Resch—No tenemos por qué esperar.
—Pero retirarla sólo porque lo ha agredido... Déme eso — dijo Rick, tratando de apoderarse del tubo láser, que siguió en la mano de Resch, quien se desplazó en el pequeño ascensor para eludirlo, y con la atención concentrada exclusivamente en Luba Luft—Está bien —agregó—Retírela, mátela. Demuéstrele así que ella ha dicho la verdad —se interrumpió al advertir que Resch pensaba realmente hacerlo—;Espere!
Phil Resch disparó, mientras Luba Luft, en un gesto de frenético terror, giraba, trataba de apartarse, caía. El rayo erró, pero cuando Resch bajó su arma perforó silenciosamente un pequeño agujero en el estómago de la cantante. Luba empezó a gritar, agazapada contra la pared del ascensor. Como la chica del dibujo, pensó Rick. Y la remató con su propio tubo láser. El cuerpo cayó hacia adelante, boca abajo, en montón. Ni siquiera se estremeció. 

—Podría haberse quedado con el libro —dijo Resch—Le ha costado...
—¿Cree usted que los androides tienen alma? —interrumpió Rick, viendo que Phil Resch lo miraba aún más asombrado y con la cabeza ladeada. Luego continuó—: Puedo permitirme comprar ese libro. Hoy he ganado tres mil dólares, y aún no he terminado.
—Pero a Garland lo maté yo, no usted —dijo Phil Resch—Usted simplemente estaba allí. Y a Luba también le disparé.
—Pero no podrá cobrar el dinero, ni en su departamento policial ni en el nuestro. Cuando lleguemos a su coche le haré el test de Boneli o el de VoigtKampff, y entonces veremos. Pese a no estar incluido en mi lista —con manos temblorosas abrió su cartera, y buscó en las arrugadas copias al carbón—No, no está. Así que legalmente no puedo perseguirlo. En todo caso reivindicaré el retiro de Garland y el de Luba Luft.
—¿Está seguro de que soy un androide? ¿Es eso realmente lo que Garland le dijo?
—Eso es lo que Garland me dijo.
—Quizá mentía —observó Phil Resch—Para separarnos. Para que estuviéramos como ahora. Es una tontería permitir que algo nos distancie. Y usted tiene razón acerca de Luba Luft: no debí de haber perdido la serenidad. Debo ser demasiado sensitivo... O quizás, eso es natural en un cazador de bonificaciones. Tal vez usted reacciona del mismo modo. Por otra parte, tendríamos que haber retirado a Luba Luft de todas maneras, media hora más tarde. Sólo media hora. Y no habría tenido tiempo de mirar el libro que usted le regaló. Y que no debió destruir. Eso fue un despilfarro. No comprendo, no es razonable.
—Abandonaré este oficio —dijo Rick.
—¿Para hacer... qué?
—Cualquier cosa. Seguros, como Garland, según el informe. O emigraré. Sí — afirmó—Me iré a Marte.
—Pero alguien tiene que hacer esto.
—Pueden emplear androides. Sería mucho mejor. Yo ya no puedo, he hecho demasiado. Luba era una cantante maravillosa, todo el planeta podía disfrutar de sus dotes. Esto es una locura. 
—Es necesario. Recuerde que han matado a seres humanos para escapar. Recuerde que si yo no lo hubiera sacado del departamento policial de la calle Mission, lo habrían matado. Por eso me llamó Garland, por eso hizo que fuera a su despacho. Y Polokov, ¿no estuvo a punto de matarlo? ¿Y Luba Luft? Estamos actuando para defendernos. Ellos están en nuestro planeta, son extranjeros ilegales, criminales que se disfrazan de...
—De policías —dijo Rick—De cazadores de bonificaciones.
—Pues..., aplíqueme el test de Boneli. Quizá Garland haya mentido. Yo creo que lo ha hecho; una memoria falsa no puede ser tan buena. ¿Y mi ardilla?
—Sí, su ardilla. Me había olvidado.
—Si soy un andrillo y usted me mata —dijo Phil Resch—, puede quedarse con mi ardilla. Se la dejaré en herencia, con un documento firmado.
—Los andrillos no pueden dejar nada en herencia. No poseen cosa alguna.
—Entonces quédesela —dijo Resch.
—Quizás acepte —respondió Rick. El ascensor había llegado a la planta baja y las puertas se abrieron—Llamaré a un patrullero para que lleven el cuerpo al laboratorio. Le harán el análisis de médula. Quédese aquí, con Luba —buscó una cabina, entró, puso una moneda con las manos temblorosas y marcó el número.

Mientras tanto, la gente que esperaba el ascensor se reunía curiosa en torno de Phil Resch y del cuerpo de Luba Luft. 

Había sido una cantante maravillosa, se dijo después de llamar. No comprendo cómo un don semejante puede ser un riesgo para la sociedad. Pero no era su don; era ella misma el riesgo. Como Phil Resch. El representa la misma amenaza y por las mismas razones. De modo que no puedo marcharme ahora, concluyó Rick. 

Salió de la cabina, se abrió paso entre la gente hasta el ascensor, donde estaban Phil y la figura caída de la muchacha. Alguien la había cubierto con un abrigo. No era el de Resch. El estaba a un lado, fumando vigorosamente un pequeño cigarro gris.

—Espero de todo corazón que sea usted un androide —dijo Rick.
—Me odia, de verdad —dijo Phil Resch, sorprendido—Y es ahora, repentinamente; no me odiaba en la calle Mission, cuando le salvé la vida.
—Veo una estructura. La manera en que mató a Garland, la manera en que mató a Luba. Usted no mata como yo, no trata de —ya sé por qué—A usted le gusta matar, lo único que necesita es un pretexto. Si tuviera un pretexto me mataría a mí. Por eso le gustó la posibilidad de que Garland fuera un androide: así podía matarlo. Me pregunto qué hará si fracasa en el test de Boneli. ¿Se matará? A veces, los androides lo hacen.

Era una situación extraña. 

—Sí, yo me encargaré de hacerlo —repuso Phil Resch—Usted sólo tendrá que hacerme el test.

Llegó un patrullero. Dos policías descendieron, vieron la multitud reunida y se abrieron camino. Uno de ellos reconoció y saludó a Rick. Ahora podemos irnos, pensó él. Finalmente, nuestra tarea aquí está terminada. 

Volvió con Resch a la Opera, en cuyo terrado se encontraba el coche aéreo.

—Le daré mi tubo láser —dijo Resch—Así no tendrá que preocuparse por mis reacciones, ni por su seguridad personal —entregó el arma a Rick, quien la aceptó.
—¿Y cómo se mataría? —preguntó Rick.
—Conteniendo la respiración.
—Por Dios —dijo Rick—No es posible.
—En los androides, el nervio vago no puede actuar automáticamente, como en los seres humanos. ¿No se lo enseñaron durante su instrucción? Yo lo aprendí hace años.
—Pero... morir de esa... manera —protestó Rick.
—Es indolora. ¿Qué tiene de particular?
—Es...

Rick hizo un gesto vago, incapaz de hallar palabras.
—Y además, no creo que lo necesite. Subieron al terrado de la Opera y al coche aéreo de Phil Resch.
—Me gustaría que empleara el test de Boneli —dijo Resch, ya sentado ante los mandos, cerrando la puerta.
—No puedo. No sé cómo se hace el cómputo —en verdad, pensó Rick, tendría que confiar en él para interpretar los datos. Y eso estaba fuera de la cuestión.
—¿Me dirá la verdad? —preguntó Phil Resch—Si soy un androide, ¿me lo dirá?
—Por supuesto.
—Porque realmente quiero saberlo. Debo saberlo —Phil Resch volvió a encender su cigarro, y cambió de posición en su asiento, tratando de acomodarse. Pero no podía—¿Le gustaba de verdad el dibujo de Munch que Luba Luft estaba mirando? —preguntó—A mí no me interesa el realismo en el arte. Me gusta Picasso y...
—Pubertad es una obra de 1894 —respondió brevemente Rick—En esa época sólo se conocía el realismo, conviene tenerlo en cuenta.
—Pero el otro, el del hombre que se cubría las orejas y gritaba... Ese no es figurativo.

Rick abrió su cartera y empezó a preparar su equipo.
—Complicado —observó Phil Resch—¿Cuántas preguntas tiene que hacer para obtener resultados? 
—Seis o siete —le dio el disco adhesivo a Phil Resch—Póngaselo en la mejilla. Que quede firme. Y esta luz —dirigió el haz—Debe quedar enfocada en el ojo. Trate de no mover la pupila.
—Movimientos reflejos —dijo Resch—Pero usted no mide la dilatación, por ejemplo. Es decir, no tiene en cuenta la reacción a un estímulo físico. Sólo a las preguntas. Es lo que llamamos, respuesta de titubeo.
—¿Cree que podría controlarla?
—No. En algún momento, podría ser. Pero no la amplitud inicial: eso está fuera de control consciente. Si no fuera así... —se interrumpió—Adelante. Perdone que hable demasiado, estoy nervioso.
—Hable todo lo que quiera —repuso Rick. Hasta la muerte. Si eso le agrada, se dijo. A él no le importaba.
—Si soy un androide —continuó Phil Resch, recuperará usted la fe en la raza humana. Pero como no lo creo, le sugiero que empiece a definir una ideología capaz de justificar que...
—La primera pregunta —dijo Rick. Todo estaba en orden; las agujas de ambos medidores temblaban—El tiempo de reacción es un factor, así que conteste lo antes que pueda.

Eligió de memoria una pregunta para comenzar. El test estaba en marcha.

Al concluir, Rick permaneció un momento en silencio. Luego reunió su equipo y lo metió de nuevo en la cartera.

—Puedo leer el resultado en su cara —dijo Phil Resch, con absoluto y crispado alivio—Está bien. Puede devolverme el arma —extendió la mano con la palma hacia arriba.
—Es evidente que tenía usted razón acerca de los motivos de Garland —dijo Rick—Deseaba distanciarnos, como usted dijo —se sentía física y psicológicamente agotado.
—¿Ha logrado establecer una ideología que me incluya como miembro de la especie humana? —preguntó Resch.
—Hay un defecto en su capacidad empática —dijo Rick—, pero no hace al test. Se refiere a sus sentimientos hacia los androides.
—Por supuesto que no hace al test.
—Tal vez deberíamos incluirlo —jamás había pensado en ello anteriormente. 

Nunca había sentido empatía hacia los androides que mataba. Suponía que, para su mente, un androide era una máquina inteligente. Igual que para su conciencia. Y sin embargo, observaba una diferencia en Phil Resch, y sentía instintivamente que él tenía razón. ¿Empatía hacia un aparato artificial? ¿Hacia algo que meramente pretende estar vivo? Sin embargo, Luba Luft parecía auténticamente viva. No tenía aire de simulación. 

—Ya se imaginará usted el resultado —observó calmosamente Phil Resch—Si incluyéramos a los androides entre los objetos de identificación empática, como hacemos con los animales...
—No podríamos defendemos. Es obvio. Los modelos Nexus-6..., caerían sobre nosotros y nos aplastarían. Usted, yo, y todos los cazadores de bonificaciones estamos entre los Nexus-6 y la humanidad, somos la barrera que los mantiene apartados. Además... —se interrumpió al advertir que Rick volvía a extraer su equipo—Creí que el test había terminado.
—Quiero formularme una pregunta a mí mismo —dijo Rick—Usted me leerá el registro de las agujas. Sólo la medida, yo puedo interpretarla —colocó el disco adhesivo en su mejilla, y dispuso el haz de luz de modo que cayera sobre su ojo— ¿Está preparado? Mire los medidores. No tendré en cuenta el tiempo transcurrido, sólo me interesa la magnitud.
—Muy bien, Rick.

Rick dijo en voz alta:

—Desciendo en un ascensor con un androide que he capturado. De repente, sin aviso, alguien lo mata.
—No hay respuesta notable —dijo Phil Resch.
—¿Qué indican las agujas?
—La izquierda 2,8 y la derecha 3,3 — Rick continuó:
—Un androide hembra.
—Ahora están en 4,0 y 6,0 respectivamente.
—Es bastante significativo —dijo Rick; se quitó el disco adhesivo y apagó el haz de luz—Es una respuesta claramente empática. Aproximadamente la misma que muestran los seres humanos ante la mayoría de las preguntas, con la única excepción de las más exageradas..., las que se refieren a pieles humanas usadas como adorno, por ejemplo, y que exponen situaciones verdaderamente patológicas.
—Y eso, ¿qué significa?
—Soy capaz de sentir empatía por ciertos androides —respondió—No por todos, sino específicamente por... uno, o dos —por Luba Luft, desde luego, se dijo. En definitiva, me he equivocado. No hay nada de antinatural ni de inhumano en las reacciones de Phil Resch. El problema soy yo. Me pregunto si algún ser humano ha experimentado esto con un androide. Naturalmente, quizá no vuelva a ocurrir. Es posible que sea una anomalía vinculada con mis sentimientos, por ejemplo, acerca de La flauta mágica. O de la voz de Luba, o de su profesión. 

Lo cierto es que jamás le había ocurrido, al menos conscientemente. Ni con Polokov, ni con Garland, por ejemplo. Y si Phil Resch  hubiese sido un androide, habría podido matarlo sin la menor emoción, especialmente después de la muerte de Luba.

Estaba en juego la diferencia entre los verdaderos seres humanos y los objetos humanoides. Pero en el ascensor del museo, se dijo Rick, yo estaba entre dos criaturas, una humana y otra androide... Y mis sentimientos eran exactamente opuestos a lo previsto, a lo que estoy acostumbrado a experimentar. A lo que debo sentir.

—Está en un aprieto, Deckard —dijo Phil Resch. Parecía divertido.
—¿Qué es eso? —preguntó Rick.
—Sexo —respondió Phil Resch.
—¿Sexo?
—Luba Luft era físicamente atractiva. ¿Nunca le había ocurrido antes? —Phil Resch rió—Me han enseñado que es un problema básico para los cazadores de bonificaciones. ¿No sabe, Deckard, que los hombres de las colonias suelen tener amantes androides?
—Eso no es legal —replicó Rick, que conocía las normas al respecto.
—Por supuesto que no. Muchas variaciones de la sexualidad no lo son. Y la gente las practica igual.
—¿Y si se trata de amor, y no de sexo?
—El amor es un nombre del sexo.
—Como el amor al país —insistió Rick—, o a la música.
—Si es amor a una mujer, o a una imitación androide, es sexo. Despierte y enfréntese con usted mismo, Deckard. Lo que quería era irse a la cama con un tipo femenino de androide. Ni más ni menos. Yo también he sentido eso en cierta ocasión, cuando acababa de iniciarme en el oficio. No se preocupe: se curará. Sólo que en esta ocasión ha invertido usted el orden. No tendría que matarla, o estar presente cuando la mataban, y sentirse físicamente atraído después. Trate de que sea al revés.

Rick lo miró.
—Que me acueste con ella primero...
—Y la mate después —dijo lacónicamente Phil Resch, siempre con su sonrisa dura. Es un buen cazador de bonificaciones, se dijo Rick. Su actitud lo demuestra. Pero..., ¿lo soy yo? Por primera vez en su vida empezaba a dudarlo.
 

Continúa la historia leyendo "¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas? - Cap XIII - Philip K. Dick"

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