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lunes, 17 de septiembre de 2012

Charlie y la fábrica de chocolate - Cap. XIX y XX - Roald Dahl

Viene de "Charlie y la fábrica de chocolate - Cap. XVII y XVIII - Roald Dahl"



 XIX

La Sala de Invenciones - Caramelos Eternos y
Toffe Capilar  

Cuando el señor Wonka gritó «¡Detened el barco!», los Oompa-Loompas clavaron los remos en el río y empezaron a remar hacia atrás furiosamente. El barco se detuvo.

Los Oompas—Loompas guiaron el barco hasta colocarlo paralelamente a la puerta roja. Sobre la puerta decía: SALA DE INVENCIONES. PRIVADO. PROHIBIDO ENTRAR. El señor Wonka sacó una llave de su bolsillo, se inclinó fuera del barco y metió la llave en la cerradura.

—¡Esta es la sección más importante de toda la fábrica! —dijo—. ¡Todas mis nuevas invenciones más secretas se preparan y se cocinan aquí! ¡El viejo Fickelgruber daría cualquier cosa por poder entrar aquí aunque sólo fuera durante tres minutos! ¡Y lo mismo Prodnose y Slugworth y todos los demás fabricantes de chocolate! Pero ahora, ¡escuchadme bien! ¡No quiero que toquéis nada una vez que estemos dentro! ¡No podéis tocar, ni fisgonear, ni probar nada! ¿De acuerdo?
—¡Sí, sí! —exclamaron los niños—. ¡No tocaremos nada!
—Hasta ahora —dijo el señor Wonka— a nadie, ni siquiera a un Oompa-Loompa, le he permitido entrar aquí.
Abrió la puerta y saltó del barco a la habitación.
Los cuatro niños y sus padres le siguieron apresuradamente.

—¡No toquéis! —gritó el señor Wonka—. ¡Y no tiréis nada al suelo!

Charlie Bucket examinó la gigantesca habitación en la que ahora se encontraba. ¡Parecía la cocina de una bruja! A su alrededor había negras cacerolas de metal hirviendo y burbujeando sobre enormes fogones, y peroles friendo y ellas cociendo, y extrañas máquinas de hierro repicando y salpicando, y había tuberías a lo largo del techo y de las paredes, y toda la habitación estaba llena de humo y de vapor y de deliciosos aromas.

El propio señor Wonka se había puesto de repente más excitado que de costumbre, y cualquiera podía ver fácilmente que ésta era su habitación favorita. Saltaba y brincaba entre las ollas y las máquinas como un niño entre sus regalos de Navidad, sin saber a dónde dirigirse primero. Levantó la tapa de una enorme cacerola y aspiró su aroma; luego, salió corriendo y metió un dedo en un barril lleno de una pegajosa mezcla de color amarillo y la probó; luego, se dirigió hacía una de las máquinas e hizo girar media docena de válvulas a la derecha y a la izquierda; luego, miró ansiosamente a través de la puerta de cristal de un horno gigantesco, frotándose las manos y lanzando risitas de placer ante lo que vio dentro. Luego corrió hacia otra de las máquinas, un pequeño y brillante artefacto que hacía plop, plop, plop, plop, plop, y cada vez que hacía plop, dejaba caer una canica de color verde a un cesto que había en el suelo. Al menos, parecía una canica. 

—¡Caramelos eternos! —gritó orgullosamente el señor Wonka—. ¡Son completamente nuevos! Los estoy inventando para los niños que reciben una escasa paga semanal. Te metes un Caramelo Eterno en la boca y lo chupas y lo chupas .Y lo chupas y lo chupas y nunca se hace más pequeño.
—¡Es como chicle! —exclamó Violet Beauregarde.
—No es como chicle —dijo el señor Wonka—. El chicle es para ser masticado, y si intentases masticar uno de estos caramelos te romperías los dientes. ¡Pero su sabor es riquísimo! ¡Jamás desaparecen! Al menos, así lo creo. Uno de ellos está siendo probado en este mismo momento en la Sala de Pruebas, la habitación de al lado. Un Oompa-Loompa lo está chupando. Lleva ya casi un año chupándolo sin parar, y sigue tan bueno como siempre. Y bien, aquí —prosiguió el señor Wonka, corriendo entusiasmado al otro lado de la habitación—, aquí estoy inventando un tipo de toffes completamente nuevo. Se detuvo junto a una enorme cacerola. La cacerola estaba llena de un espeso jarabe de color púrpura, hirviente y burbujeante. Poniéndose de puntillas, el pequeño Charlie alcanzaba a verlo.
—¡Esto es toffe capilar! —gritó el señor Wonka—. ¡Te comes un pequeño trocito de este toffe y al cabo de media hora exactamente una hermosa cabellera, espesa y sedosa, te empieza a crecer en la cabeza! ¡Y un bigote! ¡Y una barba!
—¡Una barba! —exclamó Veruca Salt—. ¿Quién puede querer una barba?
—A tí te iría muy bien —dijo el señor Wonka—, pero desgraciadamente la mezcla no está aún del todo bien. Es demasiado potente. Funciona en exceso. La probé ayer con un Oompa-Loompa en la Sala de Pruebas, e inmediatamente una espesa barba negra empezó a crecerle en la barbilla, y la barba creció tan rápidamente que pronto estaba arrastrándola por el suelo como una alfombra. ¡Crecía más de prisa de lo que podíamos cortarla! ¡Al final tuvimos que utilizar una cortadora de césped para controlarla! ¡Pero pronto conseguiré perfeccionar la mezcla! ¡Y cuando lo haga, ya no habrá excusas para los niños y las niñas que van por ahí completamente calvos!
—Pero, señor Wonká —dijo Mike Tevé—, los niños y las niñas no van por ahí completamente...
—¡No discutas, mi querido muchacho, por favor, no discutas! —gritó el señor Wonka—. ¡Es una pérdida de tiempo precioso! Y bien, aquí, si tenéis a bien seguirme, os enseñaré algo de lo que estoy muy orgulloso. ¡Cuidado, por favor! ¡No tiréis nada al suelo! ¡No os acerquéis demasiado! 

XX

La gran máquina de chicle

El señor Wonka condujo al grupo a una gigantesca máquina que se hallaba en el centro mismo de la Sala de Invenciones. Era una montaña de brillante metal que se elevaba muy por encima de los niños y sus padres. De un extremo superior salían cientos y cientos de finos tubos de cristal, y los tubos de cristal se torcían hacia abajo y se unían en un gran conglomerado y colgaban suspendidos sobre una enorme tinaja redonda del tamaño de una bañera.

—¡Allá vamos! —gritó el señor Wonka, y apretó tres botones diferentes en un costado de la máquina.

Un segundo más tarde se oyó un poderoso rugido sordo que provenía de su interior, y la máquina entera empezó a vibrar aterradoramente, y de todas partes empezaron a surgir nubes de vapor, y de pronto, los asombrados observadores vieron que una mezcla líquida estaba empezando a correr por el interior de los cientos de tubos de cristal y a caer dentro de la gran tinaja. Y en cada uno de los tubos la mezcla era de un color diferente, de modo que todos los colores del arco iris (y muchos otros además) caían borboteando y salpicando dentro de la tinaja. Era un espectáculo muy hermoso. Y cuando la tinaja estuvo casi llena, el señor Wonka apretó otro botón, e inmediatamente la mezcla líquida dejó de salir de los tubos, el ruido sordo desapareció y un sonido chirriante lo reemplazó; y entonces un gigantesco batidor empezó a batir el líquido que había caído en la tinaja, mezclando todos los líquidos de diferentes colores como si fueran helado.

Gradualmente, la mezcla empezó a hacer espuma. Se fue haciendo cada vez más espumosa, y se volvió de color azul, y luego blanco, y luego verde, y luego marrón, y luego amarillo, y finalmente azul otra vez. 
—¡Mirad!—dijo el señor Wonka. 

La máquina hizo click y el batidor dejó de batir. Y ahora se oyó una especie de sonido de succión, y rápidamente toda la espumosa mezcla de color azul que había en la tinaja fue succionada otra vez dentro del estómago de la máquina. Hubo un momento de silencio. Luego se oyeron unos extraños zumbidos. Luego, silencio otra vez. 

Entonces, de pronto, la máquina dejó escapar un monstruoso quejido, y en el mismo momento un diminuto cajón (no más grande que los de las máquinas tragaperras) emergió de uno de los costados de la máquina, y en el cajón había algo tan pequeño, tan delgado y gris que todo el mundo pensó que allí había habido un error. La cosa parecía un trocito de cartón gris.

Los niños y sus padres se quedaron mirando la delgada tableta gris que había en el cajón.

—¿Quiere decir que eso es todo? —dijo Mike Tevé despreciativamente.
—Eso es todo —replicó el señor Wonka, contemplando orgullosamente el resultado—. ¿No sabéis lo que es? 

Hubo una pausa. Entonces, súbitamente. Violet Beauregarde, la fanática del chicle, dejó escapar un grito de entusiasmo.

—¡Por todos los santos, es chicle! —chilló—. ¡Es una tableta de chicle!
—¡Así es! —gritó el señor Wonka, dándole a Violet una palmada en la espalda—. ¡Es una tableta de chicle! ¡Es una tableta del chicle más asombroso, más fabuloso, más sensacional del mundo!



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