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viernes, 21 de septiembre de 2012

Charlie y la fábrica de chocolate - Cap. XXIII y XXIV - Roald Dahl

Viene de "Charlie y la fábrica de chocolate - Cap. XXI y XXII - Roald Dahl"






XXIII

Caramelos cuadrados que se vuelven en redondo

Todo el mundo se detuvo y se agolpó junto a la puerta. La mitad superior de la puerta estaba hecha de cristal. El abuelo Joe levantó al pequeño Charlie para que éste pudiese ver mejor, y mirar al interior, Charlie vio una larga mesa, y sobre la mesa, filas y filas de pequeños caramelos blancos de forma cuadrada. Los caramelos se asemejaban mucho a cuadrados terrones de azúcar —excepto que cada uno de ellos tenía una graciosa carita rosada pintada en uno de sus lados. En un extremo de la mesa, un grupo de OompaLoompas pintaban afanosamente nuevas caritas en más caramelos.  


—¡Allí los tenéis! —gritó el señor Wonka—. ¡Caramelos cuadrados que se vuelven en redondo!
—No veo cómo pueden volverse en redondo si son cuadrados —dijo Mike Tevé.
—Son cuadrados —dijo Veruca Salt—. Son completamente cuadrados.
—Claro que son cuadrados —dijo el señor Wonka—. Yo nunca he dicho que no lo fueran.
—¡Usted dijo que se volvían en redondo! —dijo Veruca Salt.
—Yo nunca dije eso —dijo el señor Wonka—. Dije que eran unos caramelos cuadrados que se volvían en redondo. 
—¡Pero no se vuelven en redondo! —dijo Veruca Salt—. ¡Siguen siendo cuadrados!
—Se vuelven en redondo —insistió el señor Wonka.
—¡Claro que no se vuelven en redondo! —gritó Veruca Salt.
—Veruca, cariño dijo la señora Salt—, no le hagas caso al señor Wonka. Te está mintiendo.
—Mi querida merluza —dijo el señor Wonka—, vaya a que le frían la cabeza.
—¡Cómo se atreve a hablarme así! —gritó la señora Salt.
—¡Oh, cállese! —dijo el señor Wonka—. ¡Y ahora, mirad esto!—sacó una llave de su bolsillo, abrió la puerta, la empujó... y de pronto... al ruido de la puerta que se abría, todas las filas y filas de pequeños caramelos cuadrados se volvieron rápidamente en redondo para ver quién entraba. Las diminutas caritas se volvieron realmente hacia la puerta y miraron al señor Wonka.
—¡Ahí lo tenéis! —gritó éste triunfalmente—. ¡Se han vuelto en redondo! ¡No hay discusión alguna! ¡Es un caramelo cuadrado que se vuelve en redondo!
—¡Caramba, tiene razón! —dijo el abuelo Joe.
—¡Vamos! —dijo el señor Wonka, echando a caminar corredor abajo—. ¡Adelante! ¡No debemos demorarnos! 

«BOMBONES DE LICOR Y CARAMELOS DE WHISKY», decía en la puerta siguiente.

—Ah, eso parece bastante interesante —dijo el señor Salt, el padre de Veruca.
—¡Son deliciosos!—dijo el señor Wonka—. A todos los Oompa-Loompas les encantan. Les pone achispados. ¡Escuchad! Se les puede oír allí adentro, hechos unas uvas.  

Sonoras carcajadas y canciones podían oírse a través de la puerta cerrada. 
—Están borrachos como cubas —dijo el señor Wonka—. Están bebiendo caramelos de whisky con soda. Eso es lo que más les gusta. Aunque los bombones de licor también son muy populares. ¡Seguidme, por favor! No deberíamos detenernos tanto —torció a la izquierda. Torció a la derecha. Llegaron a unas largas escaleras. El señor Wonka se deslizó baranda abajo. Los tres niños hicieron lo mismo. La señora Salt y la señora Tevé, las dos únicas señoras que quedaban en el grupo, se estaban quedando sin aliento. La señora Salt era una señora muy gorda con piernas cortas, y jadeaba como un
rinoceronte—. ¡Por aquí! —gritó el señor Wonka, doblando a la izquierda al final de las escaleras.
—¡Vaya más despacio! jadeó la señora Salt.
—Imposible —dijo el señor Wonka—. Jamás llegaríamos a tiempo allí si lo hiciera.
—¿A dónde? —preguntó Veruca Salt.
—No seas curiosa —dijo el señor Wonka—. Espera y verás. 

XXIV

Veruca en el cuarto de las nueces

El señor Wonka siguió andando rápidamente por el corredor. «CUARTO DE LAS NUECES», decía en la puerta siguiente. 

—Está bien —dijo el señor Wonka—. Deteneos aquí un momento y recobrad vuestro aliento, y echad un vistazo a través del panel de vidrio de la puerta. ¡Pero no entréis! Hagáis lo que hagáis, no entréis en el CUARTO DE LAS NUECES. ¡Si entráis, interrumpiréis a las ardillas!

Todos se apretujaron contra la puerta.
—¡Oh, mira, abuelo, mira!—gritó Charlie.
—¡Ardillas! —chilló Veruca Salt.
—¡Caray! —dijo Mike Tevé.

Era un espectáculo asombroso. Alrededor de una gran mesa había cien ardillas sentadas en altos taburetes. Sobre la mesa había montañas y montañas de nueces, y las ardillas trabajaban como locas partiendo las nueces a tremenda velocidad. 

—¿Por qué utiliza ardillas? —preguntó Mike Tevé—. ¿Por qué no utiliza a los OompaLoompas?
—Porque —dijo el señor Wonka— los OompaLoompas no pueden sacar las nueces de sus cáscaras sin romperlas. Siempre las rompen en dos. Nadie excepto las ardillas pueden sacar las nueces enteras de su cáscara. Es muy difícil. Pero en mi fábrica insisto en que sólo se utilicen nueces enteras. Por lo tanto, necesito ardillas para hacer ese trabajo. ¿No es maravilloso ver cómo parten esas nueces? Y mirad cómo golpean las nueces con los nudillos para asegurarse de que no están malas. Si está mala, suena a hueco, y ni se molestan en abrirla. La tiran por el agujero de los desperdicios. ¡Mirad! ¡Allí! ¡Mirad a esa ardilla que está cerca de nosotros! ¡Creo que ha encontrado una nuez mala!

Todos miraron a la pequeña ardilla mientras ésta golpeaba la nuez con los nudillos. Inclinó hacia un lado la cabeza, escuchando atentamente, y luego, de repente, arrojó la nuez por encima de su hombro a un enorme agujero que había en el suelo.

—¡Eh, mamá! —gritó de pronto Veruca Salt—. ¡He decidido que quiero una ardilla! ¡Cómprame una de esas ardillas!
—No seas tonta, cariño —dijo la señora Salt—. Todas esas ardillas pertenecen al señor Wonka.
—¡Eso no importa! —gritó Veruca—. Quiero una. En casa sólo tengo dos perros, cuatro gatos, seis conejos, dos periquitos, tres canarios, un loro verde, una tortuga, una pecera llena de peces, una jaula de ratones blancos y un estúpido hamster. ¡Yo quiero una ardilla!
—Está bien, tesoro —dijo conciliadora la señora Salt—. Mamá te comprará una ardilla en cuanto pueda.
—¡Pero yo no quiero cualquier ardilla! —gritó Veruca—. ¡Quiero una ardilla amaestrada!

En ese momento el señor Salt, el padre de Veruca, dio un paso adelante.

—Muy bien, Wonka —dijo con gesto importante, sacando una cartera llena de dinero—, ¿cuánto quiere por una de esas ridículas ardillas? Diga un precio.
—No están a la venta— replicó el señor Wonka—. No puede quedarse con ninguna. 
—¿Quién dice que no? —gritó Veruca—. ¡Entraré a coger una ahora mismo!
—¡No! —dijo rápidamente el señor Wonka, pero llegó demasiado tarde. La niña ya había abierto la puerta y se había metido dentro. 

En el momento en que entró en la habitación, las cien ardillas dejaron lo que estaban haciendo, volvieron la cabeza y la miraron con sus pequeños ojillos negros.

Veruca también se detuvo y las miró a su vez. Entonces sus ojos se posaron en una graciosa ardillita que estaba sentada cerca de ella en un extremo de la mesa.

La ardilla sostenía una nuez entre sus patas.
—Muy bien —dijo Veruca—. ¡Me quedo contigo!

Alargó las manos para coger a la ardilla..., pero en el momento de hacerlo..., en aquel preciso momento en que sus manos empezaron a moverse hacia adelante, hubo un súbito movimiento en la habitación, como un relámpago de color marrón, y todas las ardillas que había en la habitación dieron un salto en el aire en dirección a la niña y aterrizaron sobre su cuerpo.

Veinticinco ardillas cogieron su brazo derecho y lo sujetaron. Veinticinco ardillas más cogieron su brazo izquierdo y lo sujetaron también. Veinticinco cogieron su pierna derecha y la anclaron contra el suelo. Veinticuatro cogieron su pierna izquierda. Y la ardilla que quedaba (evidentemente el cabecilla del grupo) se subió a su hombro y empezó a golpear la cabeza de la desgraciada niña con los nudillos.

—¡Salvadla! —gritó la señora Salt—. ¡Veruca! ¡Vuelve aquí! ¿Qué le están haciendo?
—Están probándola para ver si es una mala nuez —dijo el señor Wonka—. Observen. 
Veruca se defendía furiosamente, pero las ardillas la sujetaban con fuerza y la niña no podía moverse. La ardilla que estaba posada en su hombro seguía golpeándole la cabeza con los nudillos.

Entonces, súbitamente, las ardillas tiraron al suelo a Veruca y empezaron a transportarla a través de la habitación. 

—Dios mío, es una mala nuez después de todo—dijo el señor Wonka—. Su cabeza debe haber sonado a hueco. 

Veruca gritaba y pataleaba, pero esto no sirvió de nada. Las diminutas patitas la sujetaban muy bien, y la niña no podía escapar. 

—¿Dónde la llevan? —chilló la señora Salt.
—La llevan adonde van todas las nueces que están malas —dijo el señor Willy Wonka—. Al pozo de los desperdicios.
—¡Dios mío, es verdad! —dijo el señor— Salt, mirando a su hija a través de la puerta de cristal.
—¡Salvadla entonces! —gritó la señora Salt.
—Demasiado tarde —dijo el señor Wonka—. Ya se ha ido. 

Y así era.

—¿Pero a donde? —chilló la señora Salt, agitando los brazos—. ¿Qué ocurre con las nueces malas? ¿A dónde conduce ese vertedero?
—Ese vertedero en particular conduce directamente al tubo principal de desperdicios que recoge la basura de toda la fábrica, todo lo que se barre del suelo, las cáscaras de patatas, repollos podridos, cabezas de pescado y cosas como ésas.
—¿Quién come pescado y patatas y repollo en esta fábrica, me gustaría saber? —dijo Mike Tevé.
—Yo, por supuesto —replicó el señor Wonka—. No pensarás que yo me alimento de granos de cacao, ¿verdad?
—Pero... pero... pero... —chilló la señora Salt—. ¿a dónde conduce el tubo principal?  
—Pues a la caldera, por supuesto —dijo tranquilamente el señor Wonka—. Al incinerador.

La señora Salt abrió su gran boca roja y empezó a gritar.

—No se preocupen —dijo el señor Wonka—. Siempre existe la posibilidad de que hoy no la hayan encendido.
—¡La posibilidad!—chilló la señora Salt—. ¡Mi querida Veruca! ¡La... la... freirán como a una salchicha!
—Es verdad, querida —dijo el señor Salt—. Vamos a ver, Wonka —añadió—, creo que esta vez ha ido usted demasiado lejos. De verdad lo creo. Puede que mi hija sea un poco caprichosa, no me importa admitirlo, pero eso no significa que usted pueda cocerla al rojo vivo. Quiero que sepa que estoy muy enfadado, ya lo creo que sí.
—¡Oh, no se enfade, mi querido señor! —dijo el señor Wonka—. Supongo que ya aparecerá tarde o temprano. Puede que ni siquiera haya caído hasta abajo. Puede que esté atascada en el vertedero cerca del agujero de la entrada, y si es así, lo único que tiene usted que hacer es ir allí a sacarla fuera.

Al oír esto, el señor y la señora Salt entraron corriendo al Cuarto de las Nueces, se acercaron al agujero en el suelo y miraron dentro. 
—¡Veruca!—gritó la señora Salt—. ¿Estás ahí? 

No hubo respuesta.

La señora Salt se inclinó un poco más para ver mejor. Estaba ahora arrodillada al borde mismo del agujero, con su cabeza dentro y su enorme trasero apuntando hacia arriba como una seta gigante. Era una posición peligrosa. Sólo necesitaba un pequeñísimo empujón... un suave impulso en el sitio apropiado..., ¡y eso es exactamente lo que le dieron las ardillas!

Y al pozo cayó de cabeza, chillando como un loro.

—¡Vaya por Dios! —dijo el señor Salt, mirando cómo su mujer caía por el agujero—. ¡Qué cantidad de basura habrá hoy! —la vio desaparecer por el agujero—. ¿Qué hay allí dentro, Angina? —gritó. Se inclinó un poco más hacia adelante.

Las ardillas corrieron detrás de él...
—¡Socorro! —gritó el señor Salt.

Pero ya estaba cayendo hacia adelante, dentro del vertedero, igual que lo hicieran antes su mujer y su hija. 

—¡Dios mío! —gritó Charlie, que miraba junto con los demás a través de la puerta—. ¿Qué les sucederá ahora?
—Supongo que alguien les recogerá en el fondo del vertedero —dijo el señor Wonka.
—Pero, ¿y el incinerador encendido? — preguntó Charlie.
—Sólo lo encienden cada dos días —dijo el señor Wonka—. Quizá este sea uno de los días en que lo dejan apagado. Nunca se sabe... Puede que tengan suerte...
—¡Ssshhh! — dijo el abuelo Joe—. ¡Escuchad! ¡Aquí viene otra canción!

Desde el fondo del corredor se oyó un redoble de tambores. Entonces empezó la canción. 
¡Veruca Salt , cantaban los Oompa-Loompas,

¡Veruca Salt, niña fatal
Al vertedero se cayó
Y tal como lo dispusimos
En este caso, lo que hicimos,
Fue dar el gran toque final
Deseando a sus padres suerte igual.
¡Veruca, qué será de ti!
Y aquí debemos explicar
Que encontrará, al llegar allí,
Algo distinto a lo que aquí
Veruca acaba de dejar.
¡Cosas muy poco refinadas
A las que no está acostumbrada!
Y como ejemplo, lo siguiente:
Una cabeza maloliente
De rancio y pútrido pescado
Que la saludará encantada,
¡Hola, buen día! ¿Cómo estás?
Y luego, un poco más abajo,
Hay desperdicios a destajo.
Un huevo duro, un diente de ajo,
Medio filete, cinco gajos
De mandarina, cuatro peras
Semipodridas, y una cosa
Que el gato dejó en las escaleras.
También dos lonchas de jamón
Que huelen mal, medio limón
Lleno de moho, un bollo seco
Y un pan con mantequilla rancia
Que huele a un metro de distancia.
Y éstos serán, sí, los amigos
Que Veruca mientras desciende
Encontrará como testigos
De sus caprichos. ¡Así aprende!
Pero quizá penséis vosotros,
No sin razón, que no es muy justo
Que toda culpa y todo mal,
Todo motivo de disgusto
Recaiga en Veruca Salt.
¿Es ella sola culpable?
¿Es ella única responsable?
Pues aunque sí es muy malcriada,
Terca, voluble y caprichosa,
Gritona y mal educada,
Después de todo, ¿quién lo ha hecho
Sino sus padres? ¿Hay derecho
A castigarla sólo a ella
Cuando quien más en falta está 
Son ellos dos, mamá y papá?
Por eso mismo, hemos pensado
Que los culpables son los tres,
Y así los hemos castigado
A ellos también, pues justo es.  

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