Blog de Literatura - Fomentando la Lectura

domingo, 25 de noviembre de 2012

La célebre rana saltarina del condado Calaveras - Mark Twain

Cuando tenía 12-13 años, uno de mis libros favoritos era "Las aventuras de Huckleberry Finn" de Mark Twain. A este personaje que me era tan amado, se lo conocía por ser el mejor amigo de Tom Sawyer en "Las aventuras de Tom Sawyer", libro que leí años después y no disfruté tanto como su secuela, tal vez porque conocía la historia de Tom, Huck y Becky de memoria gracias a las adaptaciones en la TV. También adoré "El príncipe y el mendigo". Nunca leí "Un yanqui en la corte del Rey Arturo", otra de sus novelas más famosas. Pero Mark Twain no sólo escribió estas cuatro novelas. Su biografía es muy amplia.
Hace un par de años mi hermano me regaló la colección "Mark Twain: Cuentos completos". La misma recopila todos los cuentos publicados entre 1865 y 1916 (nótese que el autor falleció seis años antes). Para hoy elegí un cuento de esos, pero no lo hice al azar, elegí el primer cuento que figura en la colección: "La célebre rana saltarina del condado de Calaveras" (1865)


La célebre rana saltarina del condado Calaveras


A pedido de un amigo mío, quien me escribió una carta desde el Este, visité a Simon Wheeler, un anciano bondadoso y charlatán, y pregunté por el amigo de mi amigo, Leonidas W. Smiley, tal como me lo habían pedido. A continuación paso a relatar el resultado de dicha entrevista. Tengo la leve sospecha de que Leonidas W. Smiley es un mito; que mi amigo nunca conoció a esta persona, y que éste sólo conjeturó que si yo preguntaba por él al viejo Wheeler, le recordaría al célebre Jim Smiley y se pondría a relatar hasta el aburrimiento algún recuerdo exasperante de dicho personaje, un relato tan largo y tedioso como inútil para mí. Si ése fue el propósito, dio resultado.

Encontré a Simon Wheeler dormitando cómodamente junto a la estufa del bar de la ruinosa taberna situada en el decadente campamento minero de Ángel. El señor Wheeler era gordo y calvo, con una expresión de encantadora amabilidad y simplicidad en el rostro apacible. Se puso de pie y me dio los bueno días. Le expliqué que un amigo mío me había encargado hacer algunas averiguaciones sobre un querido amigo de su infancia llamado Leonidas W. Smiley: el reverendo Leonidas W. Smiley, un joven ministro del Evangelio, de quien había oído que si el señor Wheeler podía contarme algo acerca de tal reverendo Leonidas W. Smiley, le estaría muy agradecido.

Simon Wheeler me hizo retroceder hasta arrinconarme, y me cerró el paso con su silla. A continuación se sentó y comenzó a recitar el monótono relato que a continuación transcribo. En ningún momento sonrió, ni frunció el entrecejo; jamás cambió la voz desde el tono suave que imprimió a su oración inicial; no delató la más mínima sospecha de entusiasmo; sin embargo, a lo largo de la interminable narrativa, pude advertir cierta seriedad y sinceridad conmovedoras, que me demostraron claramente que, muy lejos de creer que la historia tuviera algo de ridículo o gracioso, el hombre consideraba algo verdaderamente importante, y que admiraba a sus dos héroes por ser hombres de un genio y refinamiento trascendentes. Lo dejé continuar a su modo, y no lo interrumpí ni un instante.

"El reverendo Leonidas W. mmm, reverendo Le... Bueno, hubo un sujeto que vivió aquí una vez que se llamaba Jim Smiley, en el invierno del '49... o quizá fue en la primavera del '50... no recuerdo exactamente, aunque lo que me hace pensar en uno y otro año es porque recuerdo que el gran desagüe no estaba terminado cuando él llegó al campamento. Pero bueno, era un hombre de lo más curioso, siempre apostaba a cualquier cosa que se presentara, si es que conseguía a alguien dispuesto a apostar del otro lado; y si no podía, cambiaba de bando. Pero bueno, lo que le convenía al otro hombre le convenía a él... mientras él pudiera apostar, se conformaba. Sin embargo tenía suerte, era sorprendente la suerte que tenía; casi siempre salía ganador. Siempre estaba listo y dispuesto para una oportunidad; no existía nada a lo que el hombre no ofreciera apostar y tomar cualquiera de los bandos, como le acabo de decir. Si había una carrera de caballos, podía vérselo con dinero o quebrado, según hubiese ganado o perdido; si había pelea de gallinas, él apostaba; ¡válgame Dios!, si había dos pájaros posados en una cerca, él apostaba a cuál se volaría primero; o si había una reunión en el campamento, siempre apostaba al cura Walker, a quien él consideraba el mejor exhortador de los alrededores, y era cierto, y un buen hombre. Incluso se veía que un escarabajo empezaba a caminar, apostaba cuánto tiempo tardaría en llegar... adonde fuera que se dirigiese, y si uno aceptaba la apuesta, era capaz de seguir el escarabajo hasta México para poder averiguar adónde se dirigía y cuánto tiempo tardaba. Muchos de los muchachos de por aquí han visto a ese Smiley, y pueden contarle sobre él. Pues para él todo daba lo mismo, apostaba a cualquier cosa. Cierta vez la esposa del párroco Walker estuvo muy enferma, durante mucho tiempo, y parecía que no iba a poder salvarse, pero una mañana él vino, Smiley le preguntó cómo estaba, y el párroco respondió que bastante mejor, gracias al Señor por su infinita misericordia, y que tanto había mejorado que con la bendición de la Providencia ella saldría adelante. Smiley, antes de pensar lo que decía, replicó: "Bueno, le apuesto dos dólares y medio a que de todos modos no cuenta el cuento".

"Este Smiley tuvo una yegua, los niños decían que era lenta como una tortuga, pero eso era sólo en broma, sabe, porque por supuesto la yegua era rápida, y Smiley ganaba dinero con ella, a pesar de ser tan lenta y de que siempre tenía asma, o moquillo, o tisis, o cualquier cosa parecida. Le daban doscientos o trescientos metros de ventaja, y los demás caballos la pasaban, pero siempre, hacia el final de la carrera, la yegua parecía que se excitaba y se desesperaba; empezaba a hacer tonterías y a abrir y a levantar las patas, a veces en el aire y a veces a un costado, entre las cercas, y levantaba más polvo y hacía más escándalo con su tos y sus estornudos, y siempre ganaba por una cabeza, algo increíble de creer.

"También tenía un perrito, que al mirarlo a uno le parecía que no valía ni un centavo, pero que en cualquier momento podía mirarlo mal y buscar la oportunidad de robar algo. Pero apenas se apostaba dinero en él, se convertía en un perro diferente; la mandíbula inferior empezaba a sobresalirle como el castillo de proa de un barco a vapor y mostraba los dientes, que brillaban como las calderas. Entonces otro perro le hacía frente y lo molestaba, lo tumbaba dos o tres veces, y Andrew Jackson - así se llamaba el perro -, Andrew Jackson nunca decía nada, como si no esperara otra cosa, y mientras tanto las apuestas quedaban hechas; entonces, de repente, Andrew Jackson agarraba a su adversario de la pata trasera y ahí se quedaba; pero no lo mordía así nomás, entiéndame, sino que se agarraba y ahí seguía hasta que se tiraba la toalla, aunque pasara un año. Smiley siempre salía ganador con ese perro, hasta que una vez hizo la apuesta con un perro que no tenía patas traseras, porque se las habían aserrado en una sierra circular, y cuando la pelea había llegado al punto máximo, y todo el dinero había sido apostado, y Andrew Jackson fue a dar su golpe maestro, se dio cuenta en un instante cómo lo habían engañado, y cómo el otro perro lo tenía a su merce, por así decirlo, y pareció sorprendido, y después pareció desalentado, no intentó ganar la pelea y lo lastimaron feo. Miró a Smiley, como queriendo decirle que le había roto el corazón, y que la culpa era de él, por buscarle un perro que no tenía patas traseras para que él pudiera morderlas, que era de lo que dependía para ganar la pelea, y luego se fue cojeando , se acostó y murió. Era un buen perro, ese Andrew Jackson, y se habría hecho famoso si hubiera seguido viviendo, porque tenía talento y genio... yo lo sé, porque no tuvo oportunidades en su vida, y no se explica que un perro pudiera pelear como él peleaba bajo las circunstancias si no tenía talento. Siempre me pongo triste cuando pienso en su última pelea y en cómo salieron las cosas.

"Bueno, este Smiley tenía perros ratoneros, gallos, gatos y todo tipo de cosas, tantas que uno no podía quedarse tranquilo, no se le podía llevar nada para apostar que él no pudiera igualar. Un día atrapó una rana y se la llevó a su casa, y dijo que iba a educarla; entonces durante tres meses no hizo otra cosa que instalarse en su patio y enseñarle a esa rana a saltar. Y puedo apostarle que le enseñó. Le daba un golpe por detrás, y enseguida la rana se ponía a dar volteretas en el aire como si fuera una rosquilla, una vuelta, o dos vueltas si empezaba bien, y aterrizaba de pie y bien, como un gato. Y así la hacía saltar para atrapar moscas, y la hacía practicar tanto que cada vez que saltaba atrapaba una mosca. Smiley decía que lo único que una rana necesitaba era educación, y de ese modo podía lograr cualquier cosa... y yo le creo. Pues lo he visto apoyando a Daniel Webster en este mismo piso... Daniel Webster se llamaba la rana, y gritaba: ¡Moscas, Daniel, moscas!, y más rápido que un abrir y cerrar de ojos, la rana saltaba y atrapaba una mosca de este mostrador, y volvía a caer al piso como un pedazo de barro, y se rascaba el costado de la cabeza con la pata trasera, con tanta indiferencia como si lo que hacía pudiese haberlo hecho cualquier rana. Nunca vi una rana tan modesta y sencilla, a pesar de todo su talento. Y cuando en buena ley debía saltar en un nivel horizontal, tenía más ventaja que cualquier otro animal de su especie. Saltar en un nivel horizontal era su fuerte, entiéndame; y cuando llegaba el momento, Smiley estaba muy orgulloso de su rana, y lo bien que hacía, porque todos los sujetos que habían viajado y visto otros lugares, decían que superaba a cualquier rana que jamás ellos hubiesen visto.

"Bueno, Smiley guardaba el animal en una cajita enrejada, que a veces solía llevar al centro para apostar. Un día un tipo - un desconocido  en el campamento . se cruzó con Smiley y su caja y le preguntó: "¿Qué hay en esa caja?"

"Smiley le contestó, con tono indiferente: "Podría se un loco, o podría ser un canario, quizá, pero no lo es... es sólo una rana".

"El tipo tomó la caja, la miró con cuidado, la dio vuelta de un lado y de otro y dijo: "Mmmm... eso parece. ¿Y para qué sirve?"

""Bueno", dijo Smiley, con cuidado y cautela, "para una cosa sirve, según creo: salta más alto que cualquier otra rana del condado de Calaveras".

"El tipo volvió a tomar la caja, la miró detenidamente otra vez, se la devolvió a Smiley y respondió, con tono muy deliberado: "Bueno", dijo, "no le veo nada a esa rana que sea mejor que otra rana".

""Quizá no lo vea", dijo Smiley, sonriendo. "Quizá usted entiende a las ranas y quizá no las entiende; quizás ha tenido experiencia, y quizás es sólo un principiante, por así decirlo. De todos modos, yo tengo mi opinión, y arriesgaré cuarenta dólares a que mi rana salta más alto que cualquier otra rana del condado de Calaveras".

"Y el tipo lo consideró un minuto, y luego dijo, con cierta tristeza: "Pues, soy sólo un desconocido, y no tengo ninguna rana; si tuviera una, le apostaría".

"Entonces Smiley dijo: "Está bien, está bien; si me sostiene la caja un minuto, iré a buscarle una rana". Así que el tipo tomó la caja, puso sus cuarenta dólares junto a los de Smiley, y esperó.

"Entonces se puso a pensar un buen rato, pensando y pensando, y luego sacó la rana de la caja, le abrió la boca, tomó una cucharita y llenó a la rana de munición de codorniz - la llenó hasta el cuello - y la apoyó en el piso. Smiley fue hasta el pantano, anduvo un rato, en medio del barro hasta que por fin atrapó una rana, la llevó a la casa, se la dio a su nuevo amigo y dijo:

""Sí está lista, póngala al lado de Daniel, con las patas delanteras al lado de las de Daniel, y yo digo cuándo". Entonces dijo: "Uno, dos, tres, ¡ya!" y él y el sujeto dieron un empujoncito a las ranas; la rana nueva saltó de lo lindo, en cambio Daniel pareció suspirar y alzar los hombros... así como un francés, pero no había nada que hacer: no podía moverse; estaba plantada en su sitio como una iglesia, no podía moverse, era como si estuviera anclada. Smiley estaba muy sosprendido, y también disgustado, pero por supuesto no tenía idea de qué ocurría.

"El tipo agarró el dinero y se dispuso a irse; cuando salía por la puerta, sacudió el pulgar por encima del hombro - así - señalando a Daniel, y volvió a decir, con toda intención: "Bueno", dijo, "no veo que esa rana sea diferente a otras ranas".

"Smiley se quedó rascándose la cabeza, mirando a su rana un largo rato, y después dijo: "¡Qué diablos le habrá pasado a esta rana!... ¿tendrá algo de malo? Parece que estuviera muy hinchada". Entonces agarró a Daniel del cuello, la levantó y dijo: "Pero por todos los diablos, ¡si debe pesar como tres kilos!"; la dio vuelta boca abajo y la rana escupió dos puñados de munición. Entonces supo cómo habían sido las cosas y se puso furioso; dejó la rana, y salió corriendo tras el sujeto, pero nunca pudo agarrarlo. Y...

[Aquí Simon Wheeler oyó que lo llamaban del patio del frente y se levantó para ver qué buscaban.] Volviéndose hacia mí mientras se alejaba dijo:

- Quédese donde está, desconocido, descanse... vuelvo en un segundo.

Sin embargo, si ustedes me excusan, no me pareció que la continuación de la historia de este emprendedor vagabundo, Jim Smiley, fuera a aportar mucha información sobre el reverendo Leonidas W. Smiley, así que me retiré.

En la puerta me crucé con el sociable Wheeler, que regresaba, quien me acorraló y volvió a empezar:

- Pues bien, este mismo Smiley tenía una vaca amarilla con un solo ojo y sin cola, sólo un corto muñon, y...

Sin embargo, como no tenía tiempo ni inclinación, no esperé a seguir escuchando la historia de la vaca afligida, y me marché.

3 comentarios:

  1. Los que tengan tiempo lean este cuento que es maravilloso del celebre autor estado unidense Mark Twain . La celebre rana saltarina del condado calavera se escribió entre 1865 y 1916. Es cuento corto mágico y que transporta a un mundo de aventuras. Deja por un rato el celu, la compu, tablet o el dispositivo que tengas para navegar etc, etc, etc. Y viaja al mundo de la rana de Mark Twain.

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