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martes, 25 de septiembre de 2012

Charlie y la fábrica de chocolate - Cap. XXVII y XXVIII - Roald Dahl

Viene de "Charlie y la fábrica de chocolate - Cap. XXV y XXVI - Roald Dahl"


 XXVII

Mike Tevé es enviado por televisión

Mike Tevé estaba aún más excitado que el abuelo Joe al ver cómo una chocolatina era enviada por televisión.
—Pero, señor Wonka —gritó—. ¿Puede usted enviar otras cosas por el aire del mismo modo? ¿Cereal para el desayuno por ejemplo?
—¡Por favor! —gritó el señor Wonka—. ¡No menciones esa horrible comida delante de mí! ¿Sabes de qué está hecho el cereal para el desayuno? ¡Está hecho de esas pequeñísimas virutas de madera que se encuentran dentro de los sacapuntas!
—¿Pero podría enviarlo por televisión si quisiera como el chocolate? —preguntó Mike Tevé.
—¡Claro que podría!
—¿Y la gente? —preguntó Mike Tevé—, ¿Podría enviar a una persona de un lugar a otro de la misma manera?
—¡Una persona! —gritó el señor Wonka—. ¿Has perdido la cabeza?
—Pero, ¿podría hacerse?
—Santo cielo, niño, la verdad es que no lo sé... Supongo que sí... Sí, estoy casi seguro de que se podría... Claro que se podría... Aunque no quisiera correr el riesgo... Podría tener resultados muy desagradables... 

Pero Mike Tevé ya había salido corriendo. En cuanto oyó al señor Wonka decir «Estoy casi seguro de que se podría... Claro que se podría», se volvió y echó a correr a toda prisa hacia el otro extremo de la habitación donde. se encontraba la enorme cámara. «¡Miradme», gritaba mientras corría. «¡Seré la primera persona en el mundo enviada por televisión!»

—¡No, no, no, no!—gritó el señor Wonka.
—¡Mike! —gritó la señora Tevé—. ¡Detente! ¡Vuelve aquí! ¡Te convertirás en un millón de diminutos trocitos! 

Pero ahora ya no había quien detuviera a Mike Tevé. El enloquecido muchacho siguió corriendo, y cuando llegó junto a la enorme cámara se arrojó sobre el conmutador, dispersando Oompa-Loompas a
derecha e izquierda.

—¡Hasta luego, cocodrilo! —gritó, y bajó el conmutador, y en el momento de hacerlo, saltó en medio del brillo de la poderosa lente. Hubo un relámpago cegador. Luego se hizo el silencio.

Entonces la señora Tevé corrió hacia él... Pero se paró en seco en medio de la habitación... Y allí se quedó... Mirando el sitio donde había estado su hijo... Y su gran boca roja se abrió y de ella salió un grito:

—¡Ha desaparecido! ¡Ha desaparecido!
—¡Santo cielo, es verdad! —gritó el señor Tevé. El señor Wonka se acercó corriendo y puso suavemente una mano en el hombro de la señora Tevé.
—Esperemos que todo vaya bien —dijo—. Debemos rezar para que su hijo aparezca sano y salvo en el otro extremo.
—¡Mike! —gritó la señora Tevé, llevándose las manos a la cabeza—. ¿Dónde estás?
—Te diré donde está —dijo el señor Tevé—. Está volando por encima de nuestras cabezas en un millón de diminutos trocitos.
—¡No digas eso! —gimió la señora Tevé.
—Debemos observar la pantalla del televisor – dijo el señor Wonka—. Puede aparecer en cualquier momento. 

El señor y la señora Tevé, el abuelo Joe, el pequeño Charlie y el señor Wonka se reunieron en torno al aparato de televisión y miraron nerviosamente la pantalla. En la pantalla no se veía nada.

—Está tardando muchísimo en aparecer —dijo el señor Tevé, enjugándose la frente. 
—Dios mío —dijo el señor Wonka—. Espero que ninguna de sus partes quede atrás.
—¿Qué quiere usted decir? —dijo vivamente el señor Tevé.
—No quisiera alarmarles —dijo el señor Wonka— pero a veces ocurre que sólo la mitad de los trocitos vuelve a aparecer en la pantalla del televisor. Eso sucedió la semana pasada. No sé por qué, pero el resultado fue que sólo apareció la mitad de la chocolatina.

La señora Tevé lanzó un chillido de horror:
—¿Quiere usted decir que sólo la mitad de Mike volverá a nosotros?
—Esperemos que sea la mitad superior —dijo el señor Tevé.
—¡Un momento! —dijo el señor Wonka—. ¡Miren la pantalla! ¡Algo está sucediendo! La pantalla de repente había empezado a parpadear.

Luego aparecieron unas líneas onduladas.

El señor Wonka ajustó uno de los botones y las líneas desaparecieron.  Y ahora, muy lentamente, la pantalla empezó a ponerse cada vez más brillante.

—¡Aquí viene! —gritó el señor Wonka—. ¡Sí, es él! 
—¿Está entero? —gritó la señora Tevé.
—No estoy seguro —dijo el señor Wonka—. Aún es pronto para saberlo.

Borrosamente al principio, pero haciéndose cada vez más clara a medida que pasaban los segundos, la imagen de Mike Tevé apareció en la pantalla. Estaba de pie, saludando a la audiencia y sonriendo de oreja a oreja. 

—¡Pero si es un enano! —gritó el señor Tevé.
—¡Mike! —gritó la señora Tevé—. ¿Estás bien? ¿Te falta algún trocito?
—¿Es que no se va a poner más grande? —gritó el señor Tevé.
—¡Háblame, Mike! —gritó la señora Tevé. ¡Di algo! ¡Dime que estás bien!

Una pequeña vocecita, no más alta que el chillido de un ratón, salió del aparato:

—¡Hola, mamá! —dijo—. ¡Hola, papá! ¡Miradme! ¡Soy la primera persona en el mundo que ha sido enviada por televisión!
—¡Cójanlo!—ordenó el señor Wonka—. ¡De prisa!

La señora Tevé alargó la mano y cogió la diminuta imagen de Mike Tevé de la pantalla.

—¡Hurra! —gritó el señor Wonka—. ¡Está entero! ¡Está completamente intacto!
—¿Llama a eso intacto? ——dijo la señora Tevé, escudriñando la miniatura de niño que corría ahora de un extremo a otro sobre la palma de su mano, agitando sus pistolas en el aire. Mike Tevé no medía más de dos centímetros de altura. 

—¡Ha encogido!—dijo el señor Tevé.
—¡Claro que ha encogido! —dijo el señor Wonka—. ¿Qué esperaban?
—¡Esto es terrible! —gimió la señora Tevé—. ¿Qué vamos a hacer?
Y el señor Tevé dijo:
—¡No podemos enviarlo así a la escuela! ¡Le pisarán! ¡Le aplastarán!
—¡No podrá hacer nada! —gritó la señora Tevé.
—¡Sí que podré! —chilló la vocecita de Mike Tevé—. ¡Podré ver la televisión!
—¡Nunca más! ——rugió el señor Tevé—. ¡Tiraré el aparato de televisión por la ventana en cuanto lleguemos a casa! ¡Ya estoy harto de la televisión!

Al oír esto, Mike Tevé cogió una tremenda rabieta. Empezó a saltar como loco sobre la palma de la mano de su madre, chillando y gritando e intentando morder le los dedos. «¡Quiero ver la televisión!», chillaba. «¡Quiero ver la televisión! ¡Quiero ver la televisión! ¡Quiero ver la televisión!»

—¡Ven! ¡Dámelo a mí! —dijo el señor Tevé, y cogió al diminuto niño, se lo metió en el bolsillo interior de su chaqueta y lo cubrió con su pañuelo. Gritos y chillidos se oyeron desde el interior del bolsillo, que se sacudía con los esfuerzos del pequeño prisionero para salir.
—Oh, señor Wonka —sollozó la señora Tevé—. ¿Cómo podremos hacerle crecer?
—Bueno —dijo el señor— Wonka, acariciándose la barba y mirando pensativamente al techo—. Debo decir que eso será un tanto difícil. Pero los niños pequeños son muy elásticos y flexibles. Se estiran muchísimo. ¡De modo que lo que haremos será ponerlo en una máquina especial que tengo para probar la elasticidad del chicle! ¡Quizá eso lo devuelva a su tamaño normal!
—¡Oh, gracias! —dijo la señora Tevé.
—No hay de qué, mi querida señora.
—¿Cuánto cree que se estirará —preguntó el señor Tevé.
—Kilómetros, quizá —dijo el señor Wonka—. ¿Quién sabe? Pero se quedará terriblemente delgado. Todo se hace más delgado cuando se estira. 
—¿Cómo el chicle, por ejemplo? —preguntó el señor Tevé.
—Exactamente.
—¿Cómo de delgado se quedará? —preguntó ansiosamente la señora Tevé.
—No tengo la más mínima idea dijo el señor Wonka—. Y de todas maneras no importa, porque pronto le engordaremos otra vez. Lo único que tendremos que hacer es darle una dosis triple de mi maravilloso Caramelo de Supervitaminas. El Caramelo de Supervitaminas contiene enormes cantidades de vitamina A y vitamina B. También contiene vitamina C, vitamina D, vitamina E, vitamina F, vitamina G, vitamina I, vitamina J, vitamina K, vitamina L, vitamina M, vitamina N, vitamina O, vitamina P, vitamina Q, vitamina R, vitamina T, vitamina U, vitamina W, vitamina X, vitamina Y y, créanlo o no, vitamina Z. Las únicas dos vitaminas que no contiene son la vitamina S, porque le pone a uno enfermo, y la vitamina H, porque hace que le crezcan a uno cuernos en la cabeza como a un toro. Pero sí tiene una dosis muy pequeña de la vitamina más rara y más mágica de todas: la vitamina Wonka.
—¿Y ésa qué le hará? —preguntó ansiosamente el señor Tevé.
—Hará que le crezcan los dedos de los pies hasta que sean tan largos como los de las manos...
—¡Oh, no!—gritó la señora Tevé.
—No sea tonta —dijo el señor Wonka—. Es algo muy útil. Podrá tocar el piano con los pies.  
—Pero, señor Wonka...
—¡No quiero discusiones, por favor! —dijo el señor Wonka. Se volvió y chasqueó tres veces los dedos en el aire. Inmediatamente un Oompa-Loompa apareció junto a él. —Sigue estas órdenes —dijo el señor Wonka, dándole al Oompa-Loompa un pedazo de papel en el que había escrito las instrucciones precisas—. Y encontrarás al niño en el bolsillo de su padre. ¡Ya pueden irse! ¡Adiós, señora Tevé! ¡Adiós, señor Tevé! ¡Y, por favor, no se preocupen! Todos aparecen en la colada, ¿saben?, todos y cada uno...

En un extremo de la habitación, los Oompa-Loompas estaban junto a la cámara gigante tocando ya sus diminutos tambores y empezando a saltar arriba y abajo siguiendo el ritmo.

—¡Ya está otra vez! —dijo el señor Wonka—. Me temo que no se pueda impedir que canten. El pequeño Charlie cogió la mano del abuelo Joe, y los dos se quedaron de pie, junto al señor Wonka, en medio de la larga y brillante habitación, escuchando a los Oompa-Loompas. Y esto es lo que cantaron: 

Hemos aprendido algo primordial,
Algo que a los niños les hace mucho mal.
Y eso es que en el mundo no hay nada peor
Que sentarles frente a un televisor.
De hecho, sería muy recomendable
Suprimir del todo ese trasto abominable.
En todas las casas que hemos encontrado:
Absortos, dormidos, casi idiotizados,
Mirando la tele corno hipnotizados,
Con los ojos fijos en esa pantalla
Hasta que sus órbitas parece que estallan,
(Ayer vimos algo que aterra y asombra:
Seis pares de ojos rodar por la alfombra.)
Sentados mirando, mirando sentados,
Parecen de veras estar hechizados.
Borrachos de imágenes, ahítos de ruido,
Ciegos y atontados y reblandecidos.
Oh, sí, ya sabemos que les entretiene
Y que por lo menos quietos les mantiene.
No gritan, no lloran, no brincan, no juegan,
No saltan ni corren, tampoco se pegan.
A usted eso le da mucha tranquilidad,
Es libre de hacer muchas cosas, verdad?
Mas yo le pregunto, ¿ha pensado un momento
Para qué le sirve a su hijo este invento?
¡LE PUDRE TODAS LAS IDEAS!
¡MATA SU IMAGINACIÓN!
¡HACE QUE EN NADA, NADA CREA!
¡DESTRUYE TODA SU ILUSION!
SU POBRE MENTE SE TRANSFORMA
EN UN INUTIL REFLECTOR
CON VER FIGURAS SE CONFORMA, 
¡NO SUEÑA, NI EVOCA, NI PIENSA, SEÑOR!
«¡Muy bien!», dirá usted, «¡Muy bien!», gritará,
Mas sí nos llevamos el televisor,
¿Qué haremos en cambio, que se les dará
Para mantenerlos en orden, señor?
A esa pregunta yo responderé
Con otra, que es ésta: Los niños, ¿qué hacían
Para divertirse, cómo entretenían
Sus horas de ocio, qué los mantenía
Tranquilos, contentos, quietos y callados,
Felices, absortos y atentos
Antes de que este diabólico invento
Se hubiese inventado?
¿No lo recuerda? Se 1o diremos
EN voz muy alta, lo gritaremos
Para que acierte a comprender:
¡SOLÍAN... LEER, LEER, LEER!
LEÍAN Y LEÍAN y procedían
A leer aun más. Y todo el día
Lo dedicaban a leer libros, y, por doquier,
En bibliotecas y estanterías,
Sobre las mesas, en librerías,
¡Bajo las camas siempre había
Miles de libros para leer!
Historias fantásticas y maravillosas
De fieros dragones y reinas hermosas
De osados piratas, de astutos ladrones,
De elefantes blancos, tigres y leones.
De islas misteriosas, de orillas lejanas,
De tristes princesas junto a una ventana,
De valientes príncipes, apuestos, galantes,
De exóticas playas, países distantes,
Historias de miedo, hermosas y raras,
Los más pequeños leían los cuentos
¡Historias que hacían que el tiempo volara¡
De Grimm v de Andersen, de Louis Perrault.
Sabían quién era la Bella Durmiente,
Y la Cenicienta, y el Lobo Feroz.
Las Mil y Una Noches de magia nutrían
Con mil y una historias sus ensoñaciones.
La gran Scheherezade de la mano traía
A Alí Babá y los Cuarenta Ladrones,
A Aladino y su lámpara maravillosa
Al Genio que otorga deseos e ilusiones,
Y mil aventuras a cual más hermosa.
¡Qué libros más bellos leían
Los niños que antaño leían!
Por eso rogarnos, por eso pedimos
Que tiren muy lejos el televisor,
Y en su sitio instalen estantes de libros 
Que llenen sus horas de gozo y fervor.
Ignoren sus gritos, ignoren sus lloros,
No importan protestas, ni quejas, ni llanto.
Dirán que es: usted un malvado y un ogro
Con caras de furia, de odio, de espanto.
Mas no tenga miedo, pues le prometemos
Que al cabo de pocos, de ruin, pocos días;
Al verse aburridos, diciendo, «¿Qué hacemos
Para entretener estas horas vacías?»,
Irán poco a poco acercándose al sitio
Donde usted ha instalado esa librería,
Y cogerán un libro de cualquier estante,
Lo abrirán con cautela, recelosos primero,
Pero ya superados los primeros instantes
No podrán apartarse y. lo leerán entero.
Y entonces ¡que gozo, qué dulce alegría
Llenara sus ojos y su corazón!
Se preguntarán corno pudieron un día
Dejarse embrujar por la televisión.
Y al correr los años, cuando sean mayores,
Recordarán por siempre con agradecimiento
Aquel día feliz, aquel fausto momento
En que usted cambió libros por televisión.
P. D. En cuanto a Mike Tevé,
Sentimos tener que decir
Que con un poco de fe
Quizá logremos impedir
Que quede así. A ver si crece,
Aunque si no, ¡se lo merece! 

XXVIII

Sólo queda Charlie

—¿Qué sala veremos a continuación —dijo el señor Wonka, volviéndose y corriendo hacia el ascensor—. ¡Vamos! ¡De prisa! ¡Debemos seguir! ¿Y cuántos niños quedan ahora?

El pequeño Charlie miró al abuelo Joe, y el abuelo Joe miró al pequeño Charlie

—Pero, señor Wonka —dijo el abuelo Joe—. Ahora... Ahora sólo queda Charlie.

El señor Wonka se volvió y miró fijamente a Charlie. Hubo un silencio. Charlie se quedó donde estaba, sujetando firmemente la mano del abuelo Joe.

—¿Quiere usted decir que sólo queda uno? — dijo el señor Wonka, fingiéndose sorprendido.
—Pues sí —dijo Charlie—. Sí.

De golpe, el señor Wonka estalló de entusiasmo. «¡Pero, mi querido muchacho», gritó, «eso significa que has ganado tú!». Salió corriendo del ascensor y empezó a estrechar la mano de Charlie tan enérgicamente que casi se la arranca. «¡Oh, te felicito!», gritó. «¡Te felicito de todo corazón! ¡Esto es magnífico! ¡Ahora empieza realmente la diversión! ¡Pero no debemos demorarnos! ¡No debemos demorarnos! ¡Ahora hay aun menos tiempo que perder que antes! ¡Tenemos un gran número de cosas que hacer antes de que acabe el día! ¡Piensa en las disposiciones que debemos tomar! ¡Y en la gente que debemos ir a buscar! ¡Pero afortunadamente para nosotros tenemos el gran ascensor de cristal para apresurar las cosas! ¡Sube, mí querido Charlie, sube! ¡Usted también, abuelo Joe, señor! ¡No, no, después de usted! ¡Eso es! ¡Muy bien! ¡Esta vez yo escogeré el botón que debemos apretar!»
Los brillantes ojos azules del señor Wonka se detuvieron por un momento en la cara del pequeño Charlie. Alguna locura va a ocurrir ahora, pensó Charlie. Pero no sintió miedo. Ni siquiera estaba nervioso. Sólo tremendamente excitado. Y lo mismo le ocurría al abuelo Joe. La cara del anciano brillaba de entusiasmo a medida que observaba cada uno de los movimientos del señor Wonka. El señor Wonka estaba intentando alcanzar un botón que había en el techo de cristal del ascensor.

Charlie y el abuelo Joe estiraron la cabeza para ver lo que decía en el pequeño cartelito junto al botón. Decía... ARRIBA Y FUERA.

—Arriba y fuera—pensó Charlie—. ¿Qué clase de habitación es esa?

El señor Wonka apretó el botón. Las puertas de cristal se cerraron.

—¡Sosténganse! —gritó el señor Wonka.

Entonces ¡WHAM! El ascensor salió despedido hacia arriba como un cohete.

—¡Yiiipiii! —gritó el abuelo Joe.
Charlie estaba aferrado a las piernas del abuelo Joe, y el señor Wonka se había cogido a una de las agarraderas que colgaban del techo, y siguieron subiendo arriba, arriba, arriba, en una sola dirección esta vez, sin curvas ni recodos, y Charlie podía oír fuera el silbido del viento a medida que el ascensor aumentaba su velocidad.
—¡Yiipii! —gritó otra vez el abuelo Joe— . ¡Yiipii! ¡Allá vamos! 
—¡Más de prisa! —gritó el señor Wonka, golpeando con la mano la pared del ascensor—. ¡Más de prisa! ¡Más de prisa! ¡Si no vamos más de prisa que esto, jamás lo atravesaremos!
—¿Atravesar qué? —gritó el abuelo Joe—. ¿Qué es lo que tenemos que atravesar?
—¡Ajá! —gritó el señor Wonka—. ¡Espere y verá! ¡Llevo años deseando apretar este botón! ¡Pero nunca lo he hecho hasta ahora! ¡Muchas veces he estado tentado! ¡Sí, ya lo creo que sí! ¡Pero no podía soportar la idea de hacer un agujero en el techo de la fábrica! ¡Allá vamos muchachos! ¡Arriba y fuera!
—Pero no querrá decir... —gritó el abuelo Joe—, no querrá usted decir que este ascensor...
—¡Ya lo creo que sí! —contestó el señor Wonka—. ¡Espere y verá! ¡Arriba y fuera!
—Pero... pero... pero... ¡Esta hecho de cristal! – gritó el abuelo Joe—. ¡Se romperá en mil pedazos!
—Supongo que podría suceder —dijo el señor Wonka, tan alegre como siempre—, pero de todas maneras el cristal es bastante grueso.
El ascensor siguió adelante, hacia arriba, siempre hacia arriba, cada vez más de prisa...  Y de pronto... ¡CRASH!, se oyó un tremendo ruido de madera astillada y de tejas rotas directamente encima de sus cabezas, y el abuelo Joe gritó:

—¡Socorro! ¡Es el fin! ¡Nos mataremos!
Y el señor Wonka dijo:
—¡Nada de eso! ¡Hemos pasado! ¡Ya estamos fuera!

Y era verdad. El ascensor había salido despedido por el techo de la fábrica y se elevaba ahora por el cielo como un cohete, y el sol entraba a raudales a través del techo de cristal. Al cabo de cinco segundos había subido unos veinticinco metros.
—¡El ascensor se ha vuelto loco! —gritó el abuelo Joe.
—No tenga miedo, mi querido señor—dijo tranquilamente el señor Wonka, y apretó otro botón. El ascensor se detuvo. Se detuvo v se quedó en el aire, sobrevolando como un helicóptero, sobrevolando la fábrica y la ciudad misma que yacía extendida a sus pies como una tarjeta postal. Mirando hacia abajo a través del suelo de cristal que estaba pisando, Charlie podía ver las pequeñas casitas lejanas y las calles y la nieve que lo cubría todo. Era una sensación extraña y sobrecogedora la de estar de pie sobre un cristal transparente a tamaña altura. Uno se sentía como si flotase en el vacío.
—¿Estamos bien? —gritó el abuelo Joe—. ¿Cómo se mantiene esto en el aire?
—¡Energía de caramelo! —dijo el señor Wonka—. ¡Un millón de caballos de energía de caramelo! ¡Miren! —gritó, señalando hacia abajo—. ¡Allá van los otros niños! ¡Se vuelven a sus casas!

 

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2 comentarios:

  1. Por eso rogarnos, por eso pedimos
    Que tiren muy lejos el televisor,
    Y en su sitio instalen estantes de libros
    Que llenen sus horas de gozo y fervor.

    (totalmente de acuerdo con la canción :P)

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  2. Es genial la letra de esta canción. En realidad viste que a casa chico le cantan una referida a su mayor "defecto" pero esta es la mejor de todas a mi parecer, por lejos

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