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sábado, 28 de julio de 2012

Los Fantasmas que Jugaban a la Pelota

"Los fantasmas que jugaban a la pelota" es una leyenda irlandesa, celta más bien, y que llegó a nuestra época gracias al boca en boca.
Dicen que la lección detrás de este relato es que no se debe retener el dinero de quien lo gana trabajosamente... y no quiero politizar pero no creo que los gobernantes hayan leído este cuento cuando eran pequeños :D


Los Fantasmas que Jugaban a la Pelota

En cierta ocasión, Jack, hijo de una pobre viuda, estaba buscando trabajo y una noche de invierno, llegó a la casa de un acaudalado labrador, situada cerca de un castillo.

- Dios os guarde a todos - dijo Jack, al entrar - . ¿Podría recibir alojamiento por esta noche?
- Si, por cierto - dijo el labrador -. Y bienvenido seas, siempre que puedas dormir en una cómoda habitación de ese castillo vecino. Recibirás fuego y una vela y lo que quiera de beber. Y, si estás vivo por la mañana, te daré diez guineas.
- Lo estaré, siempre que no mandes a alguien a que me mate.
- A nadie mandaré, no temas. Ese sitio está embrujado desde la muerte de mi padre y tres o cuatro personas que durmieron en ese aposento fueron halladas muertas a la mañana siguiente. Si logras expulsar a los espíritus, te daré una buena chacra y a mi hija en matrimonio, en el caso de que os agradéis mutuamente lo bastante para casaros.
- No necesitas repetírmelo. Tengo una conciencia bastante limpia y no le temo a espíritu maligno alguno que huela a azufre.

El joven obtuvo su cena y luego lo acompañaron al viejo castillo y lo condujeron a una gran cocina, donde crepitaba el fuego en la parrilla y había una mesa, con una botella y un vaso y una jarra de ponche y la marmita pronta en la repisa interior del hogar. Le desearon las buenas noches y se marcharon con tanta prisa como si el diablo les pisara los talones.

<<Bueno - pensó Jack -. Si hay algún peligro, este devocionario me será más útil que el vaso o la jarra>>

De modo que se arrodilló y leyó una sarta de plegarias y luego se sentó junto al fuego y esperó lo que fuera.

Al cuarto de hora, poco más o menos, oyó a alguien que golpeaba en el piso del aposento que daba sobre el suyo, hasta que se abrió un boquete en el cielo raso. Entonces, los golpes cesaron y una voz gritó:

- ¡Me caigo, me caigo!
- Cáete - dijo Jack.

Y sobre el piso de la cocina cayeron un par de piernas. Ambas se encaminaron hacia un extremo del aposento y se detuvieron allí, y el cabello de Jack quedó tan rígido del susto como ellas.

Luego se oyeron nuevos crujidos y golpes en el boquete y se cambiaron las mismas palabras entre aquello que estaba arriba y Jack, y cayó el tronco de un hombre, que se fue a posar sobre todo aquel hombre, con hebillas en los zapatos y polainas y gran chaleco con solapas y tricornio se irguió en un rincón del aposento. Otros dos hombres, vestidos más a la antigua que el primero, no tardaron en aparecer en otros dos rincones. Jack, en el primer momento, se sintió algo acobardado, pero su valor fue creciendo y, aunque parezca inverosímil, los tres viejos caballeros comenzaron a darle puntapiés a una pelota con toda la rapidez posible, jugando el hombre del tricornio contra los otros dos.

- Me gusta el juego limpio - dijo Jack, con toda la audacia que pudo. Pero el terror lo dominaba y las palabras que iba a agregar brotaron de él como si despertara sobresaltado de un sueño -. De modo que lo ayudaré, señor, y seremos dos contra dos.

Y Jack intervino en el partido y dio puntapiés y más puntapiés hasta que se le empapó la camisa de transpiración, con perdón sea dicho, mientras la pelota saltaba de un rincón a otro del aposento con el estruendo del trueno, pese a que, con todo eso, no se había cambiado una sola palabra.

Finalmente comenzó a amanecer, y el pobre Jack estaba mortalmente cansado, y le pareció, a juzgar por la forma como empezaban a mirarlo los tres fantasmas y a mirarse entre sí, que querían hablarle.

De manera que dijo:

- Caballeros... Ya que hemos terminado el partido, o poco menos, y he hecho todo lo posible por complaceros, ¿tendríais la bondand de decirme por qué venís aquí noche tras noche y cómo podría yo daros descanso, si es eso lo que os hace falta?

- Has dicho las más sabias palabras de tu vida - replicó el fantasma del tricornio -. Algunos de los que te precedieron tuvieron suficiente valor para intervenir en nuestro juego, pero ninguno tuvo la suficiente misnach (energía) para hablarnos. Yo soy el padre del buen hombre de la casa vecina, ese caballero del rincón izquierdo es mi padre y el hombre sentado a mi derecha es mi abuelo. De padres a hijos, nos gustaba demasiado el dinero. Lo prestábamos a un interés diez veces superior al honesto; nunca pagamos una deuda que pudiéramos rehuir y poco nos faltó para matar de hambre a nuestros arrendatarios y obreros. Aquí puedes ver - y el fantasma sacó una gran gaveta del muro - el oro y los billetes de banco que acumulamos, y no tenemos derecho, legítimamente, ni a la mitad. Y aquí - dijo abriendo otra gaveta - hay cuentas y documentos que indican quiénes son los perjudicados y quiénes tienen derecho a que se les restituya una buena cantidad. Dile a mi hijo que ensille dos de sus mejores caballos para sí y para ti mismo y recorred la comarca día y noche, hasta resarcir a todos los hombres y mujeres a quienes hemos perjudicado. Hecho esto, vuelve aquí alguna noche, y si no ves ni oyes cosa alguna, será señal de que nos hemos sosegado y podrás casarte con mi nieta cuando quieras.

Apenas hubo dicho estas palabras su interlocutor, Jack pudo ver la pared a través del cuerpo del fantasma y cuando hubo parpadeado para despejar su vista, la cocina quedó tan vacía como un cubo invertido. En ese preciso instante, el labrador y su hija alzaron el pestillo y ambos cayeron de rodillas al ver vivo a Jack. Éste les contó rápidamente lo ocurrido y por espacio de tres días con sus noches, él y el labrador recorrieron la comarca a caballo, hasta que no quedó una sola persona sin ser resarcida hasta el último penique. 

Cuando Jack volvió a pasar una noche en la cocina, se quedó dormido antes de haberse pasado un cuarto de hora delante del fuego, y en sueños le pareció ver a tres pájaros blancos que se remontaban al cielo desde el campanario de la iglesia próxima.

Jack obtuvo a la hija del labrador por esposa y ambos vivieron cómodamente en el viejo castillo, y cuando Jack se veía tentado alguna vez de atesorar oro o retener por un momento la guinea o el chelín del hombre que los ganaba trabajosamente, le bastaba con recordar a los fantasmas y el partido de pelota.





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