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sábado, 19 de enero de 2013

El viento en los sauces - Cap XII - FIN - Kenneth Grahame

Viene de "El viento en los sauces - Cap XI - Kenneth Grahame"



CAPÍTULO XII

El regreso de Ulises


Cuando empezó a anochecer, la Rata los llamó con un aire de misterio y emoción, los colocó junto a sus respectivos montoncitos y empezó a vestirlos para su próxima expedición. Lo hacía con mucho cuidado y seriedad, y tardó bastante tiempo. Primero ató un cinturón alrededor de cada animal, y luego metió una espada en cada cinturón, y un machete al otro lado para equilibrarlo. Luego un par de pistolas, una porra de policía, varios pares de esposas, vendas y esparadrapo, un termo y una fiambrera con bocadillos. El Tejón se rió con ganas y dijo:

-¡Bueno, Ratita! A ti te divierte, y a mí no me importa. Pero yo sólo voy a necesitar este palo.

Pero la Rata contestó:

-¡Por favor, Tejón! ¡No me gustaría que me echaras la culpa por haberme olvidado de algo!

Cuando todo estuvo listo, el Tejón agarró un farolillo en una mano y en la otra su garrote y dijo:

-¡Y ahora, seguidme! Primero el Topo, porque estoy orgulloso de él. Luego la Rata, y el último el Sapo. ¡Y escúchame bien, Sapito! ¡No empieces a refunfuñar, porque si no te aseguro que te quedas en casa!

El Sapo tenía tanto miedo de que lo fueran a dejar atrás, que aceptó sin protestar su situación de desventaja, y los animalitos se pusieron de camino. El Tejón los guió por la orilla del río un buen rato, y de repente se metió por un agujero que había por encima del nivel del agua. El Topo y la Rata le siguieron en silencio, y se metieron en el agujero sin problemas, como había hecho el Tejón. Pero, cuando le tocó al Sapo, por supuesto consiguió resbalar y caerse al agua con una gran ¡Plas! y un grito de alarma. Sus amigos lo rescataron, lo limpiaron y secaron, y lo pusieron de nuevo de pie. Pero el Tejón estaba muy enfadado, y le advirtió que la próxima vez que hiciera el ridículo lo dejarían atrás.

¡Así que por fin habían llegado al túnel secreto, y la emocionante aventura había empezado! El túnel era húmedo, estrecho y frío, y el pobre Sapo empezó a tiritar, en parte por el miedo de lo que podían encontrar más adelante, y en parte porque estaba calado hasta los huesos. El farolillo se perdía en la distancia, y él se estaba quedando atrás en la oscuridad. Entonces oyó que la Rata le gritaba:

«¡Venga, Sapo!», y le entró el pánico de quedarse atrás, en la oscuridad, y «vino» con tanta prisa que empujó a la Rata contra el Topo, y al Topo contra el Tejón, y por un momento hubo una gran confusión. El Tejón creyó que los atacaban por detrás y, como no había sitio para levantar el palo, sacó una pistola y estuvo a punto de disparar contra el Sapo. Cuando se dio cuenta de lo que había sucedido, se enfadó muchísimo y dijo:

-¡Esta vez el estúpido Sapo se queda atrás!

Pero el Sapo lloriqueó, y los otros dos prometieron hacerse cargo de su buena conducta, y al final el Tejón se calmó, y la procesión siguió avanzando; pero esta vez la Rata iba la última, y llevaba al Sapo agarrado por los hombros. Así que siguieron caminando a tientas, con las orejas erguidas y empuñando las pistolas, hasta que por fin el Tejón dijo:

-Ya debemos estar debajo de la Mansión.

De repente pudieron oír a lo lejos por encima de sus cabezas un murmullo confuso, como si mucha gente estuviera gritando y riéndose, y dando patadas en el suelo y puñetazos en las mesas. El terror volvió a dominar al Sapo, pero el Tejón comentó tranquilamente:

-¡Cómo se lo están pasando las Comadrejas!

El túnel empezó a ascender un poco; siguieron avanzando, y luego volvieron a oír aquel tumulto, esta vez muy cerca de ellos. Oyeron « ¡Hu-rra-hu-rra-hu-rra! » y luego patadas en el suelo y el tintineo de unas copas y puñetazos en las mesas.

-¡Qué bien se lo están pasando! -dijo el Tejón-. ¡Vamos!

Apresuraron el paso por el túnel y se detuvieron de repente, justo debajo de la trampilla que daba a la despensa. Había tanto barullo en el salón del banquete, que no corrían peligro de que les oyeran. El Tejón dijo:

-¡Venga, chicos, todos a una!

Y los cuatro levantaron con los hombros la puerta de la trampilla. Luego se izaron por ella y se encontraron en medio de la despensa, y sólo una puerta los separaba del salón del banquete, donde sus inconscientes enemigos se estaban embriagando.

Cuando salieron del túnel, el ruido era verdaderamente ensordecedor. Por fin las risas y los golpes se hicieron más tenues, y se oyó una voz que decía:

-No quiero ocuparos mucho tiempo... (muchos aplausos)... pero antes de volver a mi sitio... (más aplausos)... me gustaría decir algunas palabras sobre nuestro amable anfitrión, el señor Sapo. Todos conocemos al Sapo... (muchas risas)... ¡el bueno, modesto y honrado Sapo!... (más risas histéricas)...
-¡Espera a que lo agarre! -murmuró el Sapo, con un rechinar de dientes.
-¡Aguántate un minuto! -dijo el Tejón, reteniéndolo con gran dificultad-. ¿Estáis todos preparados?
-Dejadme que os cante una canción - continuó la voz- que he compuesto sobre el Sapo... (muchos aplausos)...

Entonces el Jefe de las Comadrejas (ya que era él) empezó a cantar con voz aguda:

El sapo se fue de juerga
muy contento calle abajo...

El Tejón se acercó a la puerta, empuñó con fuerza el enorme palo, miró a sus compañeros
y gritó:

-¡Ha llegado la hora! ¡Seguidme!

Y abrió la puerta de golpe.

¡Dios mío! ¡Cuántos chillidos y quejidos y chirridos llenaron el aire! Las Comadrejas horrorizadas se escabullían debajo de las mesas y desaparecían por las ventanas. Los Hurones intentaron escaparse por la chimenea y se quedaron atascados. Las mesas y las sillas se volcaron, se rompió la vajilla en
el momento de pánico, cuando los cuatro Héroes irrumpieron con violencia en el salón. El gran Tejón, con los bigotes erizados, sacudía su enorme palo. El negro Topo, blandiendo la porra, voceaba su grito de guerra: «¡Un Topo! ¡Un Topo!» La Rata, muy decidida, llevaba colgadas de su cinturón armas de todos los tipos; el Sapo, histérico y herido en lo más profundo de su amor propio, hinchado hasta el doble de su tamaño, pegaba brincos por el aire y chillaba a todo pulmón.

-¡Con que el Sapo se fue de juerga! - gritó-. ¡Ya les enseñaré yo lo que es bueno!

Y se fue derecho hasta el Jefe de las Comadrejas. No eran más que cuatro, pero a las Comadrejas aterradas les pareció que el salón estaba lleno de animales monstruosos, grises, negros, marrones y amarillos que chillaban y blandían enormes garrotes. Intentaron escaparse con gritos de terror y pánico, corriendo por todas partes, saltando por las ventanas o trepando por la chimenea, por cualquier sitio, con tal de ponerse a salvo de aquellas horribles estacas.

El asunto se acabó muy pronto. Los cuatro Amigos recorrieron el salón, dando estacazos a todas las cabezas que se atrevían a asomarse. Y en cinco minutos el salón quedó desierto. A través de las ventanas rotas podían percibir los agudos chillidos de las Comadrejas horrorizadas, que atravesaban los jardines. Una docena de enemigos yacían en el suelo, y el Topo estaba ocupado poniéndoles las esposas. El Tejón se apoyó en su estaca para descansar y se enjugó la frente.

-Topo -le dijo-, ¡eres un muchacho excelente! ¿Por qué no sales y echas un vistazo a tus queridos Armiños centinelas, a ver qué están haciendo? Me da la impresión de que, gracias a ti, no nos darán demasiados problemas.

El Topo desapareció por la ventana, y el Tejón pidió a los otros dos que recogieran una mesa, unos platos y cubiertos entre los destrozos, y que encontraran algunas cosillas para cenar.

-¡Yo tengo hambre! -dijo en aquel tono un tanto brusco, tan típico de él-. ¡Venga, espabílate, Sapo! ¡Te devolvemos la casa, y tú no nos ofreces ni un bocadillo!

El Sapo se sintió ofendido de que el Tejón no le dijera cosas agradables como había hecho con el Topo, por ejemplo, que era un chico excelente y que había luchado muy bien. Estaba muy orgulloso del modo en que había controlado al Jefe de las Comadrejas y lo había hecho salir volando por encima de la mesa de un estacazo. Pero la Rata y él se pusieron a rebuscar, y muy pronto encontraron una fuente de gelatina de guayaba, un pollo en fiambre, una lengua casi sin empezar, un pastel de frutas, y una buena cantidad de ensalada de langosta. Y en la despensa encontraron un cesto lleno de panecillos y una buena cantidad de queso, mantequilla y apio. No habían hecho más que sentarse a la mesa cuando entró el Topo por una ventana, con los brazos cargados de escopetas.

-¡Se acabó! -les dijo-. En cuanto los Armiños, que ya estaban muy nerviosos, oyeron los gritos y quejidos y el barullo en el salón, muchos soltaron las escopetas y salieron corriendo. Los otros aguantaron un poco más en sus puestos, pero, cuando las Comadrejas se les echaron encima, ellos se creyeron traicionados y atacaron a las Comadrejas, y ellas lucharon para escaparse, y se estuvieron peleando los unos con los otros, ¡y muchos de ellos rodaron hasta el río! Ahora todos se han esfumado, y me he hecho con sus rifles. ¡Así que todo está resuelto!
-¡Qué animal más bueno y valiente! –dijo el Tejón con la boca llena de pollo y pastel de frutas-. Sólo quiero que hagas una cosa más, Topito, antes de sentarte a cenar con nosotros. No te lo pediría a ti si no fuera porque me fío de ti, y me gustaría poder decir lo mismo de todos los que conozco. Se lo hubiera pedido a la Rata, si no fuera poeta. Quiero que lleves a todos esos que están en el suelo al piso de arriba, y que arreglen algunas habitaciones y las pongan muy cómodas. Asegúrate de que barran también debajo de las camas y que pongan sábanas limpias, y que doblen una esquina de las mantas, como tú ya sabes que se debe hacer. Y que pongan una jarra de agua caliente, toallas limpias y jabón en cada habitación. Y después, si te apetece, les puedes dar una paliza y echarlos por la puerta trasera, y estoy seguro de que no los volveremos a ver. Y luego ven a cenar un poco de esta lengua en fiambre. ¡Es de primera clase! ¡Estoy orgulloso de ti, Topo!

El buenazo del Topo recogió una estaca, colocó a sus prisioneros en fila, les dio la orden de marcha y llevó a la patrulla al piso de arriba. Al cabo de un rato volvió a aparecer, sonriente, y dijo que todas las habitaciones estaban listas y arregladas.

-Y no necesité darles una paliza -añadió-. Me pareció que ya habían recibido bastantes palizas esta noche, y ellas estaban de acuerdo cuando les expliqué mi opinión, y me prometieron ser obedientes. Estaban muy arrepentidos, y dijeron que sentían muchísimo todo lo que habían hecho, pero que todo era culpa del Jefe de las Comadrejas y de los Armiños, y que si alguna vez podían hacernos un favor para compensar lo que habían hecho, que no dudásemos en pedírselo. Así que les di un panecillo a cada una, y las dejé marcharse por la puerta trasera. ¡Y se fueron corriendo a toda velocidad!

Entonces el Topo acercó la silla a la mesa, y atacó con ganas la lengua en fiambre. Y el Sapo, que era todo un caballero, se olvidó de todos sus celos y dijo de todo corazón:

-¡Muchísimas gracias, querido Topo, por todo lo que has hecho esta noche, y sobre todo por tu inteligencia esta mañana!

Al Tejón le agradó aquello, y dijo:

-¡Así se habla, querido Sapo!

Terminaron de cenar muy contentos y luego se retiraron a descansar entre sábanas limpias, sanos y salvos, en la antigua Mansión del Sapo, que habían recuperado gracias a su incomparable valor, estrategia y óptimo uso de las estacas.

A la mañana siguiente, el Sapo, que como de costumbre no se despertó hasta muy tarde, bajó a desayunar y encontró en la mesa una buena cantidad de cáscaras de huevo y unas tostadas frías y duras, la cafetera vacía y muy poco más; lo cual no le agradó, pues al fin y al cabo era su casa. A través de los ventanales del salón-comedor podía ver al Topo y a la Rata de Agua sentados en unos sillones de mimbre en el jardín, contándose historias y riéndose a carcajadas. El Tejón, que estaba sentado en un sofá, absorto en el periódico de la mañana, levantó la vista e hizo una señal con la cabeza cuando entró el Sapo. Pero el Sapo conocía bien a su amigo, así que se sentó y disfrutó como pudo del desayuno, y pensó que pronto o tarde haría cuentas con los otros.

Cuando casi hubo acabado, el Tejón levantó la vista y dijo:

-Lo siento, Sapo, pero me temo que vas a tener mucho trabajo esta mañana. Verás, creo que tendríamos que organizar un banquete enseguida, para celebrar esta victoria. Todos lo están esperando... y de hecho, es la regla.
-¡Bueno! -dijo el Sapo sin dudarlo-. Haría cualquier cosa por contentar a la gente. Aunque no entiendo por qué quieres dar un banquete por la mañana. Pero ya sabes que yo no vivo para mí mismo, sino para adivinar lo que quieren mis amigos, y luego hacerlo, mi querido Tejón.
-No te hagas el estúpido -contestó el Tejón enfadado-, y no te rías ni balbucees mientras estás bebiendo el café. Es de mala educación. Lo que quiero decir es que el banquete se dará esta noche, pero hay que escribir y enviar las invitaciones inmediatamente, y tú tienes que escribirlas. Así que siéntate en aquella mesa. Encontrarás encima de ella un montón de papel de escribir con «Mansión del Sapo» grabado en letras doradas y azules. Escribe a todos nuestros amigos y, si no pierdes el tiempo, podemos enviarlas antes de comer. Y yo te echaré una mano y haré mi parte de trabajo. Yo organizaré el banquete.
-¡Qué! -gritó el Sapo consternado-. Yo me tengo que quedar en casa y escribir todas esas cartas en una bonita mañana como ésta, cuando quiero salir a pasear por mi propiedad, y organizarlo todo de nuevo, y divertirme un poco. ¡De eso nada! Yo me encargo... ¡Bueno! ¡Por supuesto, mi querido Tejón! ¿Qué significa mi placer comparado con el de los demás? ¡Tú lo deseas así, y así será! De acuerdo, Tejón, vete a encargar el banquete, y pide lo que quieras. Y luego, únete a nuestros jóvenes amigos ahí fuera y diviértete con ellos, sin pensar en mí ni en mis deberes y preocupaciones. ¡Sacrifico esta hermosa mañana en aras del deber y de la amistad!

El Tejón lo miró con desconfianza, pero la actitud sincera y abierta del Sapo no le permitía sospechar ningún motivo deshonesto en su repentino cambio de opinión. El Tejón salió del salón y se dirigió a la cocina, y en cuanto la puerta se cerró a sus espaldas el Sapo se sentó en el escritorio. Se le había ocurrido una idea brillante mientras hablaba. Él escribiría las invitaciones. Y de paso mencionaría el importante papel que había tenido en el ataque, y cómo había derrotado al jefe de las Comadrejas. Y aludiría a algunas de sus aventuras, y a la triunfal carrera que tenía por delante. Y en la invitación sugeriría un tipo de programa para la tarde, que había planeado en su mente del modo siguiente:

DISCURSO………………………………………………………………DEL SAPO
(Habrá otros discursos del Sapo durante la tarde)

PRESENTACIÓN……………………………………………………………DEL SAPO
SINOPSIS: Nuestro sistema penitenciario – Los canales de la Viena Inglaterra – El mercado de caballos y de cómo venderlos – La propiedad sus derechos y deberes – De vuelta a casa - Un típico caballero inglés.

CANCIÓN………………………………………………………………….DEL SAPO
(Compuesta por él mismo)
OTRAS COMPOSICIONES………………………………………………… DEL SAPO 
serán interpretadas en la fiesta por el……………………………………..COMPOSITOR

Estaba muy orgulloso de aquella idea, y trabajó duro, y acabó todas las cartas a mediodía, y entonces le informaron de que había una pequeña Comadreja que preguntaba tímidamente si podía hacer algo para los señores. El Sapo salió del salón y se encontró con uno de los prisioneros de la tarde anterior, muy respetuoso y deseoso de complacerle. El Sapo le dio unas palmaditas en la cabeza, le puso el paquete de invitaciones entre las manos y le pidió que las repartiera lo más rápido posible y le dijo que, si tenía ganas de volver por la tarde, quizás hubiera un chelín para ella, aunque quizá no lo hubiera. Y la pobre Comadreja, que parecía muy agradecida, salió a toda prisa a cumplir su misión.

Cuando los otros animales regresaron a comer, muy alegres y animados tras una mañana en el río, el Topo, que no tenía la conciencia tranquila, miró con desconfianza al Sapo, esperando encontrarlo de mal humor o deprimido. Sin embargo, estaba tan animado y orgulloso que el Topo empezó a sospechar algo. Y la Rata y el Tejón se miraron. En cuanto acabaron de comer, el Sapo se metió las manos en los bolsillos y comentó sin darle la mayor importancia:

-¡Bueno, muchachos, divertíos! ¡Y encargad todo lo que se os antoje!

Y se dirigió orgullosamente al jardín, donde pretendía desarrollar algunas ideas para sus discursos, cuando la Rata lo agarró por el brazo. El Sapo sospechaba lo que ella quería, e intentó escaparse. Pero cuando el Tejón lo agarró con fuerza por el otro brazo, el Sapo se dio cuenta de que el juego se había acabado. Los dos animales se lo llevaron hasta el salón, cerraron la puerta tras ellos, y lo sentaron en una silla. Luego los dos se le plantaron delante, mientras el Sapo los miraba en silencio, con desconfianza y mal humor.

-Escucha, Sapo -dijo la Rata-. A propósito del banquete, siento mucho tenerte que hablar así. Pero queremos que comprendas de una vez que no habrá ni discursos ni canciones. Procura comprender que esta vez no estamos discutiendo contigo; te lo estamos advirtiendo.

El Sapo se dio cuenta de que no tenía escapatoria. Ellos le conocían, habían adivinado sus intenciones, y lo habían pillado. Su dulce sueño se había esfumado.

-¿No puedo cantar ni siquiera una cancioncita? -les rogó.
-No, ni una sola -contestó la Rata con firmeza, aunque se le partió el corazón al ver temblar los labios del pobre Sapo-. No insistas, Sapito. Demasiado bien sabes que tus canciones son vanidosas y fanfarronas, y tus discursos son alabanzas propias, y demasiado exagerados... y... y...
-Y chácharas -añadió el Tejón, con tono algo brusco.
-Lo hacemos por tu bien, Sapito - continuó la Rata-. Ya sabes que pronto o tarde tendrás que empezar de nuevo, y éste parece el momento perfecto. Será un punto decisivo en tu carrera. Por favor, créeme que esto me duele más a mí que a ti. El Sapo se quedó pensativo un buen momento. Por fin alzó la vista, y su rostro mostraba huellas de una fuerte emoción.
-Habéis ganado, amigos -dijo con la voz quebrada-. Era muy poco lo que os pedía, sólo el poder florecer una última vez, dejarme llevar por todo y oír el tumultuoso aplauso que, a mi parecer, me hace estar en mi mejor momento. Sin embargo, tenéis razón, ya lo sé, y yo me equivoco. De ahora en adelante seré un Sapo diferente. Amigos míos, nunca más tendréis que sentiros avergonzados de mí. Pero, ¡Dios mío, qué dura es la vida!

Y con un pañuelo en los ojos salió de la habitación arrastrando los pies.

-Tejón -dijo la Rata-, me siento como una bestia. ¿Y tú?
-¡Oh! Ya lo sé, ya lo sé -dijo tristemente el Tejón-. Pero teníamos que hacerlo. Este muchacho tiene que vivir aquí, y tiene que merecerse el respeto de los demás. ¿Te gustaría que fuera el hazmerreír de la gente, y que las Comadrejas y los Armiños se burlaran de él?
-Claro que no-contestó la Rata-. Y hablando de Comadrejas, menos mal que nos encontramos a aquella Comadrejita que llevaba las invitaciones del Sapo. Me sospechaba algo, y eché un vistazo a un par de ellas. Eran una vergüenza. Las confisqué todas, y el bueno del Topo está sentado en el
Boudoir azul, escribiendo unas sencillas invitaciones.

Por fin se acercaba la hora del banquete, y el Sapo, que se había retirado a su dormitorio, estaba sentado muy pensativo y melancólico. Con la cabeza apoyada en la mano estuvo meditando un buen rato. Poco a poco se fue animando, y empezó a sonreír. Luego se echó a reír de un modo un tanto tímido. Por fin se levantó, cerró la puerta con llave, corrió las cortinas, puso todas las sillas de su habitación en semicírculo y se colocó ante ellas hinchado de orgullo. Luego hizo una reverencia, tosió un poquito y, dejándose llevar, se puso a cantar a voz en cuello ante los cautivados espectadores que su mente había imaginado:

ULTIMA CANCIONCITA DEL SAPO

¡El señor Sapo volvió!
Hubo en el portal chillidos, pánico en los
aposentos,
hubo llanto en el establo y en el pesebre
lamentos,

¡cuando el Sapo regresó!
¡Cuando el Sapo regresó!

Con estrépito chocaron las ventanas y las
puertas,
caían las comadrejas huyendo ya medio
muertas,

¡cuando el Sapo regresó!
¡Bang, el tambor redobló!

Los soldados saludaron, resonaron los
trombones,
todos los coches pitaron, dispararon los
cañones,

¡cuando el Héroe regresó!
¡Gritad hurras en respuesta!

Que griten todos muy fuerte, que armen
gran algarabía
a mayor honra del Sapo, nuestro orgullo
y alegría,
puesto que hoy es su gran fiesta!

La cantó muy alto, y con mucha entonación en la voz. Y cuando hubo acabado, volvió a empezar.


Luego suspiró; fue un suspiro muy hondo. Luego mojó el peine en la jarra del agua, se hizo la raya en medio y se peinó con mucho cuidado y por fin abrió la puerta y bajó a saludar a sus invitados, que se estaban reuniendo en el salón.

Los animales lo saludaron cuando apareció, y se le acercaron a darle la enhorabuena y a alabar su valor, su inteligencia, y sus cualidades de luchador. Pero el Sapo sonrió tímidamente y murmuró: «¡De eso nada!» o «¡Al contrario!».

La Nutria, que estaba delante de la chimenea describiendo a un grupo de amigos lo que ella hubiera hecho si hubiera estado allí, se acercó al Sapo con un grito de alegría, lo abrazó e intentó que diera una vuelta alrededor del salón en una marcha triunfal. Pero el Sapo, muy educado, no hacía más que decir: «El Tejón fue el genio; el Topo y la Rata sostuvieron la lucha. Yo casi no hice nada». Los invitados se quedaron asombrados ante tan extraña actitud. Y el Sapo sentía, mientras iba de invitado en invitado, contestando con mucha modestia, que todos estaban muy interesados en él.

El Tejón había encargado lo mejor de todo, y el banquete fue un gran éxito. Los animales estuvieron charlando y riéndose, pero, durante toda la cena, el Sapo, que era el anfitrión, se limitó a contestar con humildad a los animales que tenía a su lado. De vez en cuando miraba al Tejón y a la Rata, y ellos se miraban boquiabiertos. Y esto le produjo una gran satisfacción. Algunos de los animalitos más jóvenes y animados empezaron a comentar, mientras avanzaba la tarde, que las cosas no eran tan divertidas como en los buenos y viejos tiempos. Y algunos gritaron:

«¡Sapo! ¡Un discurso! ¡Un discurso del Sapo! ¡Una canción! ¡La canción del señor Sapo!» Pero el Sapo sólo movió la cabeza, levantó una mano para protestar, y, charlando humildemente con sus invitados y preguntando por los miembros de la familia que eran aún demasiado jóvenes para aparecer en sociedad, consiguió hacerles comprender que la cena era estrictamente convencional. ¡Desde luego, era un Sapo muy distinto!



***

Después de este punto culminante, los cuatro animalitos siguieron viviendo sus vidas, que la guerra civil había alterado con gran alegría, y sin más problemas ni invasiones. El Sapo, tras haber consultado con sus amigos, eligió una preciosa cadena de oro con un broche de perlas, que envió a la hija del carcelero, con una carta que incluso el Tejón juzgó modesta, agradecida y amistosa; y el maquinista, por su parte, recibió una recompensa por su ayuda. El Tejón también obligó a enviar a la mujer de la gabarra el dinero por su caballo. Aunque el Sapo protestó mucho y dijo que él era un instrumento del Destino enviado para castigar a mujeres gordas que no sabían reconocer a un verdadero caballero. La cantidad de dinero no fue excesiva, pues resultó que el gitano había ofrecido una suma correcta.

De vez en cuando, en las tardes de verano, los cuatro amigos salían a pasear por el Bosque Salvaje, ahora bastante amaestrado. Daba gusto ver con cuánto respeto los recibían los habitantes, y cómo las madres Comadrejas sacaban a sus hijitos por las bocas de las madrigueras y les decían, señalando a los cuatro amigos:

-¡Mira, chiquito, por allí va el señor Sapo! ¡Y aquélla es la galante señora Rata, que camina junto a él! ¡Y detrás va el señor Topo, del que tanto habéis oído hablar a vuestro padre!

Pero cuando los niños eran malos y no había modo de controlarlos, los hacían callar diciendo que, si no se calmaban, el horrible Tejón gris vendría y se los llevaría. Esta era una injusta difamación, ya que al Tejón, al que le importaba poco la Sociedad, le gustaban sin embargo mucho los niños. Pero desde luego la amenaza daba buen resultado.

Fin

 

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