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sábado, 8 de diciembre de 2012

Una canción de Navidad - Capítulo I (parte 1) - Charles Dickens

"Una canción de Navidad", también conocido como "Un cuento de Navidad", es una novelle escrita por Charles Dickens en 1843. La edición que tengo (y que es la que subiré) pertenece a la "Colección Robin Hood", colección tan amada durante décadas por niños y adultos de mi país (por suerte hay un intento de resurgirla de sus cenizas). Dicha edición agrupa bajo el título "Cuentos de Navidad" dos cuentos de Dickens: "Una canción de Navidad" y "Las campanas".
Tengo la intención de subir ambos antes de la próxima Navidad, pero no sé si alcanzaré, así que de momento, comenzaré con "Una canción de Navidad". Son 5 capítulos que subiré en 10 entradas del blog.
De tan popular que es, todos conocemos el argumento hayamos o no leído el libro: el avaro y anciano señor Scrooge, hombre de mucho dinero, es visitado en vísperas de Navidad primero por el fantasma de su fallecido socio, Marley, luego por tres espíritus: el pasado, el presente y el futuro, que le muestran aquellos momentos claves en su vida para que ésta sea como es. Si no cambia, su futuro es tenebroso...
Las ilustraciones pertenecen a la primera edición (1843) y fueron realizadas por John Leech, Fred Barnard, George Alfred Williams y otros.

Una canción de Navidad


Capítulo I (parte 1)

El espectro de Marley


Marley había muerto. Empecemos por dejar establecido este hecho de modo incontrovertible. Su partida de defunción estaba firmada por el párroco, por el sacristán, por el representante de la funeraria y por el presidente del duelo. scrooge la había firmado y su nombre era buen aval para cualquier documento en el que figurase.

El viejo Marley estaba pues tan difunto como el clavo de una puerta. Ahora bien, conste que no tengo especial motivo de creer que un clavo de puerta sea la representación más gráfica de la muerte. Personalmente habría dado a un clavo de ataúd la preferencia entre cualquier otra pieza de ferretería, pero, ya que la sapiencia de nuestros antepasados dio por buen el símil, no serán mis manos pecadoras las que pretendan alterarlo. Así es como se desmoronan los Imperios. Permitidme por tanto que repita enfáticamente que Marley estaba tan difunto como el clavo de una puerta.

¿Sabía Scrooge que lo estaba? ¡Naturalmente! ¿Cómo? scrooge y él habían sido socios qué sé yo cuántos años. Scrooge había sido su único testamentario, su único administrador, su único apoderado, su único heredero de confianza, su único amigo y su único acompañante en el último viaje. Y Scrooge, que era un excelente hombre de negocios, no permitió que el dolor de perder a su compañero fuera obstáculo para realizar, en el mismo día de sus funerales, un indudable buen negocio.

La mención del funeral de Marley me lleva al punto de partida. Es un hecho que Marley había muerto. Hay que tener muy presente este dato, porque, de lo contrario, la historia que voy a relatar perdería todo su interés. Si no estuviéramos plenamente convencidos de que el Padre de Hamlet había fallecido antes de empezar el drama, encontraríamos su paseo nocturno por sus propios baluartes tan natural como el de cualquier otro caballero venerable que eligiese un sitio similar por lo ventoso - el Cementerio de San Pablo, por ejemplo - con el único fin de admirar a un hijo de mente débil.

Scrooge no borró nunca el nombre del viejo Marley. Continuó años después manteniendo sobre la puerta del almacén. "Scrooge y Marley". El nombre de la razón social era Scrooge y Marley. El contestaba por ambos nombres. Le era igual.

¡Oh! ¡Qué dura tenía la mano Scrooge para el trabajo! Era un hombre que estrujaba, arrancaba, se aferraba despiadadamente. Duro y cortante como el pedernal, del que jamás el acero consiguió sacar una chispa de fuego generoso. secreto, ensimismado y solitario como una ostra. El frío de su alma congelaba sus facciones, afilaba su nariz, fruncía sus mejillas, envaraba su marcha, ribeteaba sus ojos encarnado y daba un tinte azulado a sus labios.

Cubría su cabeza blanca escarchada que se extendía a cejas y barbilla. Su baja temperatura moral lo acompañaba por doquier haciendo de su despacho una heladera que ni el sol veranego lograba caldear ni los fríos del invierno hacer más fría.

Los agentes exteriores tenían poca influencia sobre Scrooge. El cierzo más destemplado no lo era tanto como él. Implacable como la nieve, persistente como la lluvia, los elementos mismos carecían de asidero para con Scrooge. El sol era acaso el único que en algo lo aventajaba. El sol daba calor, Scrooge era incapaz de dar nada.

En la calle jamás persona alguna lo detuvo con solícita demanda de amistad. Los pobres se abstenían de implorar su caridad, los niños le huían y ni grandes ni chicos lo interpelaban siquiera con alguna pregunta trivial. Hasta los perros de los ciegos apartaban a sus amos, meneando el rabo como diciendo: "Más vale no tener ojos que tener esos ojos". 

Pero ¡qué le importaba todo eso a Scrooge! ¡era precisamente lo que quería! Seguir su camino por la senda de la vida, obligando a los demás a guardar sus distancias, ésa era su aspiración suprema.

Un día, víspera del mejor día del año, víspera de Navidad, el viejo Scrooge, estaba en su despacho atareado como siempre. Era un día frío, cruel, brumoso. Desde su asiento podía oír a los transeúntes gruñir, toser ainflujo de la niebla que apretaba las gargantas, bracear para acrivar la circulación, pisar fuerte sobre las losas del pavimento, para entrar en calor.

La oscuridad era casi completa a pesar de que los relojes públicos acababan de dar las tres. En las vidrieras de los despachos vecinos se reflejaban las velas encendidas como manchones rojizos de un fondo negruzco. Por grietas y rendijas entraba la niebla, tan densa en la calle que no permitía distinguir las casas de la acera opuesta. Hubiérase dicho viendo la nube que como gran capa caía sobre todo que la naturaleza hacía una inmensa colada.

Para no perder de vista a su escribiente, Scrooge tenía abierta la puerta de su despacho, que daba al estrecho y mezquino cubil donde aquél estaba copiando cartas.

El fuego de que disfrutaba Scrooge era modesto, pero comparado con el de su dependiente parecía una hoguera. Éste no podía permitirse más porque la carbonera estaba en el despacho y, de atreverse a tomar una sola paleteada de carbón, se hubiera visto conminado con inmediato despido. En compensación, el escribiente se puso su bufanda blanca, acercándose la bujía lo más posible para aprovechar su calor. Pero no siendo hombre de gran imaginación, su intento fue un lamentable fracaso.

-¡Feliz Navidad, tío! ¡Dios te bendiga! -gritó una alegre voz.

Era la voz del sobrino de Scrooge. Había entrado tan súbitamente que su saludo fue el primer aviso de su presencia.

-¡Bah! -gruñó Scrooge -¡Tonterías!

Para defenderse de la niebla y de la helada, el sobrino de Scrooge había dado tal carrera que estaba arrebolado. Su rostro relucía, sus ojos chispeaban y su aliento se condensaba al hablar.

-¡Navidad una tontería, tío! - dijo el sobrino -¡Estoy seguro de que no piensas lo que dices!
-Lo pienso -dijo scrooge -. ¡Feliz Navidad! ¿Qué derecho o qué razón tienes para estar alegre? Eres pobre como una rata.
-Bien - replicó alegremente el sobrino - ¿Qué derecho tienes tú para estar lúgubre? ¿Qué razón tienes para estar taciturno? Eres más rico que Creso.

Sscrooge no encontró de momento réplica apropiada, limitándose a repetir: "¡Bah!", y luego: "¡Tonterías!".

-No te enojes, tío - dijo el sobrino.
-¡Qué remedio me queda - replicó el tío - viviendo en un mundo de tontos! "¡Feliz Navidad! ¡Feliz Navidad!" ¿Qué representa Navidad para tí? La época de pagar facturas, careciendo de dinero; la época de tener un año más, pero no un chelín más, la época de hacer balance y encontrarse con un saldo desfavorable. Si pudiera darme ese gusto - prosiguió Scrooge indignado -, haría cocer en su propia salsa a todos los idiotas que van con las "¡Feliz Navidad!" en los labios y los serviría rodeados de acebo. ¡Por mí honor os aseguro que lo haría!
-¡Tío! - protestó el sobrino.
-¡Sobrino! - replicó duramente el tío-. Celebra tu Navidad a tu modo y déjame a mí que haga lo propio.
-¡Pero si no las celebras!-repitió el sobrino.
-Déjame en paz -dijo Scrooge -. Que te aproveche. ¡Para lo que te ha aprovechado hasta ahora!
-No dudo que haya habido cosas de las que hubiera podido aprovecharme - contestó el sobrino -. Navidad entre ellas. Pero tengo la tranquilidad de pensar que cada año, al llegar esta época, he considerado la Navidad, a más de la veneración que su sagrado nombre y origen merecen, como una ocasión para el amor, la bondad y la caridad. Es la única época del largo calendario del año en la que hombres y mujeres parecen abrir su corazón libremente y consideran a los que son sus inferiores, no como pertenecientes a otra raza, sino como compañeros en la jornada de la vida. Y por eso, aunque no me ha aprovechado en el sentido de hacerme más rico, digo y repito: ?Bendita sea!

El escribiente aplaudió desde su cubil en un arrebato de incontrolable entusiasmo del que se dio inmediata cuenta pretendiendo disimularlo atizando el fuego, con lo que lo apagó definitivamente.

-¡Si vuelvo a opir el más leve rumor - dijo Scrooge -, celebrarán las Navidades buscando otro empleo! -Eres un orador grandilocuente - añadió encarándose con su sobrino -. Me maravilla que no estés en el Parlamento.
-Vaya, tío, no te enojes y ven mañana a comer con nosotros.

A esta invitación Scrooge respondió deseando fervientemente ver a su sobrino en... digámoslo de una vez, en el infierno.

-¿Por qué? - preguntó la víctima -¿Por qué?
-¿Por qué te casaste? - preguntó Scrooge.
- Porque me enamoré de la que es mi mujer.
-¡Porque se enamoró! - gruñó Scrooge, como si tal sentimiento corriese parejo en ridiculez con celebrar la Navidad - ¡Buenas tardes!
-Pero, tío, ¿Por qué tomar mi casamiento como razón para no visitarme si tampoco lo hiciste antes?
-¡Buenas tardes! - repitió Scrooge.
-No te pido nada, ni quiero nada de ti. ¿Por qué no podemos llevarnos bien?
-Buenas tardes - dijo Scrooge.
-De todo corazón deploro verte tan abcecado. Si algún disgusto ha habido no he sido yo ciertamente la causa. Movido por un espítitu de conciliación y en honor a la solemnidad del día, quise dar este paso. Prefiero conservar mis buenas intenciones hasta el final. Por lo tanto, ¡Feliz Navidad, tío!
-Buenas tardes.
-¡Y feliz año nuevo!
-¡Buenas tardes! - dijo Scrooge una vez más.

Su sobrino abandonó la habitación sin perder la serenidad. Al pasar junto al escribiente se detuvo para felicitarlo y éste le devolvió cordialmente sus parabienes.

-¡Otro que tal baila! - gruñó Scrooge, que había oído la conversación -. Gana quince chelines por semana, tiene que mantener mujer e hijos y se atreve a hablar de feliz Navidad. ¡Merecería estar en un manicomio!

El dependiente, al despedir al sobrino de Scrooge, dio entrada a otras dos personas. Eran dos caballeros importantes los que entraron en el despacho de Scrooge, portadores de libros y papeles bajo el brazo, saludándolo sombrero en mano.

-¿Scrooge y Marley, si no me equivoco?- dijo uno de ellos consultando una lista -. ¿Tengo el honor de hablar con el señor Scrooge o con el señor Marley?
-El señor Marley falleció hace siete años - replicó Scrooge -. Hoy precisamente hace siete años. 
- Pero estamos ciertos de que su largueza ha quedado dignamente representada en su socio - dijo el caballero tendiendo sus credenciales.

Al oír la palabra "largueza" Scrooge frunció el ceño sacudiendo la cabeza y devolviendo los documentos.

- En ésta época del año, en la que todo es alegría - dijo el caballero -, es cuando más justificado está el que pensemos en los pobres y desvalidos haciendo algo por ellos. El invierno es cruel, millares de infelices carecen de lo más necesario y cientos de miles viven en la estrecheaz.
-¿Acaso no hay cárceles? -preguntó Scrooge.
-Demasiadas - contestó el caballero, dejando la pluma.
-¿Y los asilos?- preguntó Scrooge -. ¿No cumplen con su cometido?
- Así es en efecto - replicó el caballero -. ¡Ojalá no fueran necesarios!
- Las leyes y disposiciones referentes a los pobres, ¿están aún en vigor? - dijo Scrooge.
- No han sido derogadas.
-¡Oh! Por lo que dicen temía que fuera así - dijo Scrooge -. Me alegro de oír lo contrario.
-Creyendo que las instituciones acabadas de citar no producen en la multitud satisfacción moral o material - prosiguió el caballero -, unos cuantos de nosotros nos hemos impuesto la tarea de constituir un fondo con el que costear alimentos y bebidas para los pobres, dándoles igualmente medios de calentarse. Hemos encogido esta época en la que la abundancia reina en ciertas mesas porque es cuando más se deja sentir la necesidad. ¿Qué cantidad pondremos frente a su nombre?
-¡Ninguna! - replicó Scrooge.
-¿Quiere guardar el incógnito?
-Quiero que me dejen en paz - dijo Scrooge -. Ya que consultan mi deseo, caballeros, así lo manifiesto. Yo no celebro alegremente la Navidad no puedo permitirme el lujo de pagar para que otros lo hagan. Contribuyo al sostenimiento de las instituciones que he nombrado y que me cuestan bastante. Los que estén en mala situación que recurran a ellas.
-Hay muchos que no pueden hacerlo y otros que prefieren morir de hambre.
-De ser así, ¿por qué no se mueren? Sería un excelente remedio al problema del aumento de población. A más de que - perdonen que lo diga - no sé nada de eso.
-Pero podría saberlo - observó el caballero.
-No me interesa- afirmó Scrooge-. Ya tengo bastante con mis propios asuntos sin meterme en los de los demás. ¡Buenas tardes, señores!

Viendo claramente que sería inútil insistir en sus demandas los dos caballeros se retiraron. Scrooge reasumió sus tareas, satisfecho de sí mismo y de mejor humor que lo habitual en él.


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