Algunos meses atrás, se halló un manuscrito inédito de Hans Christian Andersen. Se trata del cuento "Vela de sebo", escrito, se calcula, cuando el autor tenía unos 18 años. Según los historiadores, sería el primer escrito de Andersen.
Este maravilloso relato, nos susurra la historia de una vela solitaria, cubierta completamente de suciedad: sólo encender su propia luz puede iluminarla. Como todo cuento de Andersen, presenta ciertos matices que se mezclan con religión o espiritualidad.Hoy me pasaron un link a la traducción realizada por Enrique Bernárdez, la primera traducción al español que se tiene de este cuento, y la traigo al blog para compartirla con todos ustedes.
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Vela de Sebo
Hervía y bullía mientras el fuego llameaba
bajo de la olla, era la cuna de la vela de sebo, y de aquella cálida cuna brotó
la vela entera, esbelta, de una sola pieza y un blanco deslumbrante, con una
forma que hizo que todos quienes la veían pensaran que prometía un futuro
luminoso y deslumbrante; y que esas promesas que todos veían, habrían de
mantenerse y realizarse.
La oveja, una preciosa ovejita, era la madre
de la vela, y el crisol era su padre. De su madre había heredado el cuerpo,
deslumbrantemente blanco, y una vaga idea de la vida; y de su padre había
recibido el ansia de ardiente fuego que atravesaría médula y hueso… y
fulguraría en la vida.
Sí, así nació y creció cuando con las mayores,
más luminosas expectativas, así se lanzó a la vida. Allí encontró a otras
muchas criaturas extrañas, a las que se juntó; pues quería conocer la vida y
hallar tal vez, al mismo tiempo, el lugar dónde más a gusto pudiera sentirse.
Pero su confianza en el mundo era excesiva; este solo se preocupaba por sí
mismo, nada en absoluto por la vela de sebo; pues era incapaz de comprender
para qué podía servir, por eso intentó usarla en provecho propio y cogió la
vela de forma equivocada, los negros dedos llenaron de manchas cada vez mayores
el límpido color de la inocencia, que al poco desapareció por completo y quedó
totalmente cubierto por la suciedad del mundo que la rodeaba, había estado en
un contacto demasiado estrecho con ella, mucho más cercano de lo que podía
aguantar la vela, que no sabía distinguir lo limpio de lo sucio… pero en su
interior seguía siendo inocente y pura.
Vieron entonces sus falsos amigos que no
podían llegar hasta su interior, y furiosos tiraron la vela como un trasto
inútil.
Y la negra cáscara externa no dejaba entrar a
los buenos, que tenían miedo de ensuciarse con el negro color, temían llenarse
de manchas también ellos… de modo que no se acercaban.
La vela de sebo estaba ahora sola y
abandonada, no sabía qué hacer. Se veía rechazada por los buenos y descubría
también que no era más que un objeto destinado a hacer el mal, se sintió
inmensamente desdichada porque no había dedicado su vida a nada provechoso, que
incluso, tal vez, había manchado de negro lo mejor que había en torno suyo, y
no conseguía entender por qué ni para qué había sido creada, por qué tenía que
vivir en la tierra, quizá destruyéndose a sí misma y a otros.
Más y más, cada vez más profundamente
reflexionó, pero cuanto más pensaba, tanto mayor era su desánimo, pues a fin de
cuentas no conseguía encontrar nada bueno, ningún sentido auténtico en su
existencia, ni lograba distinguir la misión que se le había encomendado al
nacer. Era como si su negra cubierta hubiera velado también sus ojos.
Mas apareció entonces una llamita: un mechero;
este conocía a la vela de sebo mejor que ella misma; porque el mechero veía con
toda claridad -a través incluso de la cáscara externa- y en el interior vio que
era buena; por eso se aproximó a ella, y luminosas esperanzas se despertaron en
la vela; se encendió y su corazón se derritió.
La llama relució como una alegre antorcha de
esponsales, todo estaba iluminado y claro a su alrededor, e iluminó al camino
para quienes la llevaban, sus verdaderos amigos… que felices buscaban ahora la
verdad ayudados por el resplandor de la vela.
Pero también el cuerpo tenía fuerza suficiente
para alimentar y dar vida al llameante fuego. Gota a gota, semillas de una
nueva vida caían por todas partes, descendiendo en gotas por el tronco cubierto
con sus miembros: suciedad del pasado.
No eran solamente producto físico, también
espiritual de los esponsales.
Y la vela de sebo encontró su lugar en la
vida, y supo que era una auténtica vela que lució largo tiempo para alegría de
ella misma y de las demás criaturas.
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