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martes, 18 de diciembre de 2012

Una canción de Navidad - Capítulo III (parte 2) - Charles Dickens

Viene de "Una canción de Navidad - Capítulo III (parte 1) - Charles Dickens"


 (Continuación...)
 
Scrooge bajó la cabeza al oír repetir al Espíritu sus propias palabras, sintiéndose agobiado por el remordimiento y el dolor.

-¡Hombre! -gritó el Espíritu -. ¡Si hombre eres y no piedra, abstente de juzgar lo que ese aumento representa y por qué ocurre! ¿Quién ere tú para decidir la vida o la muerte de tus semejantes? Acaso a los ojos de la Providencia sea tu vida de menos importancia y menor valía que la de ese infeliz niño. ¡Oh Dios! ¡Oír al parásito de la planta quejarse del exceso de vida entre sus hermanos!

Scrooge acogió humildemente la reprimenda del Espíritu temblando, con la vista clavada en el suelo. Pero al oír mencionar su nombre levantó la cabeza.

-¡Señor Scrooge! - decía Bob -. ¡Brindemos por el señor Scrooge, a quien debemos el poder celebrar esta fiesta!.
-¡El señor Scrooge!-exclamó la señora Cratchit, con indignado acento-. ¡Ojalá lo tuviera aquí!¡Te aseguro que le diría cuatro frescas! ¡Ya le daría yo buenas fiestas!
-Querida mía - reprendió Bob -, piensa en los niños. ¡Piensa en que es Navidad...!
-Navidad tendría que ser para decidirme a brindar por individuo tan odioso como el miserable, el avaro, señor Scrooge. ¡Y tú mismo, Bob Cratchit, sabes que digo la verdad. Motivos tienes para saberlo mejor que nadie!
-¡Querida mía! - replicó dulcemente Bob -, ¡en este día...!
-En atención al día y sobre todo a ti, beberé a su salud-dijo la señora Cratchit -, pero no por él. ¡Qué viva muchos años! ¡Qué pase feliz Navidad y Año Nuevo! estoy segura de que, siendo como es, lo debe estar pasando muy alegremente.

Los niños secundaron el brindis, aunque fue el momento menos espontáneo de la velada. Tiny Tim fue el último en beber haciéndolo a regañadientes. Scrooge era el ogro de la familia. La sola mención de su nombre causó un malestar que tardó lo menos cinco minutos en disiparse.

Después renació la alegría, que quizás aumentó la idea de que ya habían cumplido con Scrooge y podían olvidar su siniestra influencia. Bob Cratchit anunció que tenía a la vista un empleo para Master Peter, empleo que, de conseguirse, proporcionaría la fastuosa cantidad de cinco chelines y medio semanales. La sola idea de ver a su hermano convertido en financiero hizo estallar de risa a los dos jóvenes Cratchit, y el propio Peter, contemplando meditabundo el fuego por entre la rendija de su cuello, pareció debatir consigo mismo a qué clase de valores públicos daría preferencia cuando llegase el momento de invertir tan formidable suma. Marta, que estaba de aprendiza en un taller de modista, explicó su labor, las horas que trabajaba y su proyecto de pasar el día siguiente, que tenía libre, descansando en cama.

Les contó también que pocos días antes había tenido ocasión de ver a una condesa y a un lord y que éste era "poco más o menos de la estatura de Peter". Ante cuya declaración Peter dio libertad a las puntas de su cuello, desapareciendo en su interior. Entretanto, las castañas y la compotera cumplían su cometido y finalmente Tiny Tim cantó una balada acerca de un niño perdido en la nieve, con sumo gusto y verdadera afinación.

Téngase presente que no había en todo ello nada de grandioso. No se trataba de una familia pudiente, no estaban bien vestidos, su calzado distaba mucho de ser impermeable y Peter conocia muy probablemente a ciegas el camino de la casa de préstamos; pero eran felices, agradecidos, dichosos con su suerte y su condición. Al esfumarse, Scrooge pudo notar que la rociada de la antorcha del Espíritu los hizo parecer aún más satisfechos y contentos.

Cuando continuaron su jornada por las calles, había anochecido y nevaba copiosamente. La iluminación de casas y comercios producía reflejos maravillosos. Al pasar veían: en ésta, los preparativos de la cena con viandas puestas al cuidado de la lumbre y las cortinas a punto de correrse para resguardar del frío y de la nieve; en aquélla, salían al portal los hijos de la casa a recibir a hermanos, tíos, primos y ser los primeros en saludarlos. Aquí se veían, a través de los cristales, las siluetas que los invitados reuniéndose para comer, y más lejos un alegre grupo de jóvenes, encapuchados y hablando todos a la vez, dirigíanse alegremente hacia alguna casa vecina.

A juzgar por el número de gente que iba a reuniones amigas hubiérase creído que no quedaría nadie para recibirlos cuando llegasen; en verdad no era así, pues por doquier, advertíanse preparativos para la recepción amontonando en las chimeneas combustible en prodigiosa cantidad.

¡Cómo disfrutaba el Espíritu! ¡Con qué benevolencia descubría su pecho y tendía la mano, derramando su benéfica alegría! ¡Hasta el farolero, cumpliendo su misión a toda prisa para ir él mismo a celebrar la velada con sus amistades, reía a carcajadas al pasar, tachonando de estrellas la oscuridad, sin saber que acababa de cruzarse con el Espíritu de la Navidad actual.

De pronto, sin que éste hiciera advertencia alguna, se encontraron en un campo desierto en el que masas monstruosas de piedras se acumulaban como túmulos de gigantes difuntos, y el agua lo hubiera invadido todo de no hallarse prisionera de la helada. El sol poniente lanzaba hacia el Oeste un potrero fulgor rojizo que por un instante iluminó la terrible desolación de la escena, perdiéndose pronto en la tenebrosa oscuridad de la noche.

-¿Dónde estamos? - preguntó Scrooge.
-Donde viven los mineros que trabajan en entrañas de la tierra - replicó el Espíritu-. Ya me conocen. ¡Mira!

En las ventanas de una choza brillaba una luz hacia la que se dirigieron. Pasando a través de la pared de barro y piedra, hallaron una alegre reunión congregada alrededor del fuego y compuesta de un anciano muy anciano, su esposa, los hijos de ambos y los hijos de sus hijos, ataviados todos con sus mejores galas. Con una voz que apenas podía dominar el aullido del viento, el abuelo cantaba un villancico de Navidad que ya era antiguo cuando él era joven, coreando todos los demás, sus estrofas.

El Espíritu no se detuvo por más tiempo y, recomedando a Scrooge que se asiera a su túnica, cruzó el pantano dirigiéndose... ¿hacia dónde? ¿Hacia el mar? ¡Hacia el mar! Horrorizado vio Scrooge que dejaban atrás la tierra firme atronando sus oídos el bramido de las olas estrellándose contra el acantilado como si en su altivo furor quisieran socavar la costa.

Sobre un tétrico arrecife rocoso, a una legua o más de la orilla, azotado por las aguas y los vientos, alzábase solitario un faro. Adornaban su base grandes festones de algas y plantas marinas y a su alrededor revoloteaban bandadas de gaviotas atraídas por su luz.

Dos hombres cuidaban de ésta y por la abertura de la muralla veíase, como un rayo de claridad sobre las aguas, el resplandor de una hoguera. Estrechándose las manos callosas y endurecidas por el rudo trabajo ambos se deseaban mutuamente Feliz Navidad, solemnizando la ocasión con un jarro de ponche. Uno de ellos, el de más edad, en cuyo rostro parecían haber dejado huella todos los temporales que presenciara, elevó su voz en un recio cantar, que era un temporal en sí mismo.

De nuevo el Espíritu siguió adelante por sobre el mar embravecido hasta que dieron con un buque. Situáronse junto al timonel, observando al vigía, a los oficiales de cuarto, a la tripulación en sus respectivos puestos. Todos tenían en los labios alguna canción de Navidad o comentaban con sus compañeros Navidades pasadas con sus recuerdos del hogar. Y en aquel día, todos a bordo, dormidos o despiertos, buenos o malos, tenían una palabra cariñosa para con sus semejantes.

Muy sorprendido se vio Scrooge, mientras meditaba acerca de la solemnidad de navegar en las tinieblas, sobre abismos tan profundos e insondables como la muerte; muy sorprendido, repito, se vio al oír una estruendosa carcajada y más aún al reconocer como su autor a su propio sobrino y encontrarse en un aposento bien iluminado, confortable y cálido, con el Espíritu sonriente a su lado, contemplando al mencionado sobrino con benévola aprobación.

-¡Ja!¡Ja!¡Ja! - reía el sobrino de Scrooge -.¡Ja!¡Ja!¡Ja!

Si diera la casualidad, aunque lo dudo, de que conocieran a individuo alguno más propenso a la risa que el sobrino de Scrooge, les agradecería infinitamente que me lo presentaran. prometo hacer de él mi mejor amigo.

Es una maravilla evidencia de la ley de compensación el que si, cierto es que la tristeza y la enfermedad son contagiosas, nada hay más contagioso que la risa y el buen humor. Cuando el sobrino de Scrooge reía de tal modo, sujetándose los costados, moviendo la cabeza y gesticulando como un muñeco de goma, la sobrina por casamiento de Scrooge, reía de tan buena gana como él y los amigos que con ellos estaban por no ser menos reían a mandíbula batiente.

-¡Ja!¡Ja!¡Ja!
-Me dijo que la Navidad era una tontería - recordó el sobrino -. ¡Y lo peor es que creía ser sincero!
-Mayor vergüenza para él - dijo la sobrina, indignada.

Era muy linda, extraordinariamente linda, con un rostro lleno de hoyuelos, una boca siempre sonriente y unos ojos alegres y chispeantes. Pudiérase calificarla de pizpireta, pero absolutamente sin reproche. En absoluto.

-Es un tipo pintoresco - dijo el sobrino -, ésa es la verdad. y menos tratable de lo que podría ser, pero, en fin, sus defectos no perjudican a nadie más que a él mismo. De manera que no tengo por qué censurarlo.
-Estoy segura de que es muy rico, Fred - insinuó la sobrina-. Al menos tú así lo afirmas.
-¿Y qué?-repuso Fred-. Su dinero no le sirve para nada. No hace nada bueno con él. Ni siquiera procurarse comodidades. Por no tener que gastar no tiene ni la satisfacción de pensar, ¡ja! ¡ja! ¡ja!, que nos aprovechará a nosotros.
-No lo aguanto - observó la sobrina de Scrooge, opinión a la que se sumó la de sus hermanas y las de las demás señoras presentes.
-¡Yo sí! - dijo el sobrino -. En el fondo me da lástima. No podría enojarme con él ni aun queriendo. ¿Quién sufre con sus manías? Él mismo. Ahora, por ejemplo, se le mete en la cabeza sentir aversión por nosotros y no venir a cenar aquí. ¿Cuál es la consecuencia? Que no pierde gran cosa.
-Pierde una cena excelente - interrumpió la sobrina, secundada por los demás invitados, quienes debían de tener motivos de saberlo ya que acababan de levantarse de la mesa.
-¡Me alegro de oírlo! - dijo el sobrino -, porque no tengo gran fe en las amas de casa tan jóvenes. ¿Tú qué opinas, Topper?

Topper, que evidentemente había echado el ojo a una de las hermanas de la sobrina de Scrooge, contestó que un soltero era un ser miserable sin derecho a tener opinión en el asunto. Sus palabras fueron causa de que la hermana de la sobrina - la regordeta de los lazos, no la que se adornaba con rosas - se ruborizara intensamente.

-¡Acaba, Fred!-dijo la sobrina palmoteando -.¡Nunca terminas lo que empiezas a decir!

El sobrino de Scrooge soltó una carcajada tan contagiosa como las anteriores.

-Decía que la consecuencia de su aversión por nosotros y de no querer compartir nuestra alegría será no pasar un buen rato que le sentaría de perlas. Seguramente se pierde el estar en mejor compañía que la de sus propios pensamientos, sea en su despacho, sea en su domicilio. Por mi parte, me propongo repetir la invitación cada año, aunque le desagrade, porque lo compadezco. Podrá criticar la Navidad tanto como quiera, pero en el fondo acabará viéndola con mejores ojos si cada año me encuentra con una felicitación en los labios. Aunque solamente sirva para hacer que deje cincuenta libras en su testamento a su infeliz empleado, será algo. Estoy seguro de que ayer lo conmoví.

La idea de que algo pudiera conmover a Scrooge provocó estruendosas carcajadas ene l auditorio y, como la cuestión era reír importando poco el porqué se reía, Fred fue el primero en participar del regocijo general.

Después del té hicieron música, a la que todos eran muy aficionados, especialmente Topper, poseedor de una voz de bajo profundo de la que sacaba excelente partido sin tener que esforzarse, dilatar las venas de la frente o congestionarse. La sobrina de Scrooge tocaba el arpa a la perfección y entre otras cosas tocó una pieza que había sido la predilecta de la niña que había ido a buscar a Scrooge al colegio. Cuando aquél la oyó, acudieron a su mente todas las escenas que le había hecho presenciar el Espíritu de las Navidades Pasadas, no pudiendo menos de pensar que, de haber prestado años atrás mayor atención a tales cosas, quizá se habría habituado a disfrutar de las bondades que ofrece la vida sin que fuera necesaria la intervención póstuma de Marley.

Después del rato dedicado a la música, jugaron a las prendas, porque a veces es saludable volver a ser niños, sobre todo en Navidad, cuando su Divino Fundador era niño también. Pero ¡qué cabeza! ¡me olvidaba! Antes jugaron a la gallina ciega. ¡Naturalmente! Y más fácil me será el creer que Topper tenía ojos hasta en las puntas de los dedos que en la eficacia de la venda.

Mi opinión es que Fred y él se habían puesto de acuerdo y que el Espíritu de la Navidad Actual no era ajeno al complot. La forma en que acertaba siempre a dar con la hermana regordeta era una ofensa a la credulidad humana. Tropezando con los morillos de la chimenea, dándose encontronazos con sillas y mesas, abrazándose al piano, enredándose en las cortinas... la perseguía por doquier, sin tocar ni por equivocación a ninguna de los otros jugadores aunque se atravesasen en su camino. La joven protestaba afirmando que no era justo, y, en verdad, no lo era. Cuando por fin consiguió su objeto, arrinconándola sin escape posible, su conducta fue lamentable, pretendiendo no saber quién era, insistiendo en la precisión de tocar su cabello y palpar un anillo que, de ser quien suponía, debía llevar en su dedo, para asegurarse de su identidad. ¡Fue monstruoso! Estoy seguro de que, cuando después de terminar el juego se retiraron ambos a un rincón de la sala, ella debió decirle francamente lo que pensaba de su comportamiento.

Si la sobrina de Scrooge no tomó parte en la gallina ciega prefiriendo instalarse cómodamente en un sillón, participó en cambio en el juego de prendas y en el de ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde?, distinguiéndose notablemente en éste, por la rapidez y agudeza de sus respuestas, que dejaron muy atrás a sus hermanas, con evidente satisfacción de Fred.

Jugaron todos con gran alegría, aventurándose Scrooge, inconsciente de su invisibilidad y de que su voz no era oída por nadie, a ofrecer soluciones, unas veces acertadas y otras no.

Tan manifiesta era la complacencia del Espíritu ante la inesperada conducta de Scrooge que éste, al advertirlo, se atrevió a rogarle, con la misma ilusión con que lo hubiera hecho un muchacho, que le permitiera quedarse hasta el final de la fiesta. Pero, según le dijo aquél, era imposible.

-¡Ahora empiezan otro juego! - exclamó Scrooge -, ¡Espíritu!, ¡quedémonos media hora más!

Era un juego llamado Sí y No y consistía en pensar el sobrino de Scrooge una cosa determinada dejando a la imaginación de los demás el averiguar de qué se trataba contestando a sus preguntas simplemente sí o no, según se acercasen más o menos a la realidad. De sus respuestas al sinnúmero de suposiciones con que se vio acosado pareció deducirse que pensaba en un animal, vivo, más bien desagradable, un animal salvaje que gruñía y rugía, que habitaba en Londres, iba suelto por la calle sin guardián y no era ni un caballo, ni un asno, ni una vaca, ni un toro, ni un tigre, ni un perro, ni un gato, ni un oso.

Cada nueva pregunta que le hacían excitaba la hilaridad del sobrino, en términos tales que acabó levantándose del sofá y revolcándose por el suelo. Por fin, su cuñada regordeta gritó:

-¡Ya lo sé! ¡Ya sé qué es, Fred! ¡Ya lo he adivinado!
-¿Qué es?-preguntó Fred,
-¡Es tu tío Scrooge!

Y así era. La admiración fue general, aunque se discutió si la pregunta: ¿es un oso? debería haberse contestado ¡Sí! en lugar de ¡No!, ya que la respuesta negativa los despistó apartando de sus pensamientos a Scrooge.

-¡A su salud! - gritaron todos.
-¡Feliz Navidad y feliz Año Nuevo, esté donde esté! - dijo el sobrino -. No quiso aceptarlas cuando fui a felicitarlo, pero quizá cambie de opinión.

Tan alegre estaba Scrooge que, de habérsele permitido el Espíritu, habría contestado al brindis agradeciéndole sus buenos deseos, pero con la última palabra del sobrino-. No quiso aceptarlas cuando fui a felicitarlo, pero quizá cambie de opinión.

Tan alegre estaba Scrooge que, de habérselo permitido el Espíritu, habría contestado al brindis agradeciéndole sus buenos deseos, pero con la última palabra del sobrino se desvaneció la escena y reanudaron su jornada. Mucho fue lo que vieron y muy distintos los países que visitaron. El Espíritu lo llevó a hogares de todas clases, ricos y pobres, sanos y enfermos, pero siempre la visita tuvo un final feliz. Por doquier encontraron buen humor, resignación, paciencia, esperanza y fortaleza. En asilos, hospitales, presidios, en todos los refugios de la miseria en los que la autoridad humana no había vedado la entrada al Espíritu, dejó éste su bendición y enseñó a Scrooge sus preceptos.

Parecía imposible que todo aquello pudiera haber ocurrido en una sola noche. Scrooge lo dudaba, aunque los acontecimientos parecían condensarse amoldándose al tiempo que pasaron juntos. Era también extraño que, conservando Scrooge su habitual aspecto y apariencia, el Espíritu, en cambio, envejecía visiblemente. Scrooge observó la alteración sin mencionarla, hasta que, al abandonar una reunión infantil y mirando al Espíritu, vio que había encanecido.

-¿Tan breve es su vida?-preguntó.
-Mi vida en este mundo es muy corta -replicó el Espíritu-. Termina esta noche.
-¡Esta noche!
-¡A las doce! ¡Escuchad! ¡Se acerca mi última hora!

En aquel momento las campanas daban las once y tres cuartos.

-Perdona en el caso de no encontrar justificada mi pregunta - dijo Scrooge mirando atentamente la túnica del Espíritu -, pero veo algo extraño que no creo que os pertenezca asomando por el bode de vuestra vestidura. ¿Es un pie o una garra?
-A juzgar por lo descarnada debiera ser una garra - replicó tristemente el Espíritu -.¡Mira!

De entre los pliegues de su túnica surgieron dos niños, miserables, abyectos, horribles, repugnantes. Se arrodillaron a sus pies asiéndose al ropaje.

-¡Oh, hombre! ¡Mira aquí!

Eran un niño y una niña pálidos, andrajosos, hambrientos, ceñudos, pero postrados humildemente. Lo que debía ser grácil juventud era una trágica parodia. No había degradación, perversión humana en todos sus grados que no estuviera representada en sus facciones.

Scrooge retrocedió espantado. intentó alguna frase amable, pero las palabras se ahogaron en sus labios, prefiriendo callar a mentir tan descaradamente.

-¿Son vuestro, Espíritu? - preguntó.
-¡Son hijos de los hombres!- dijo el Espíritu mirándolos -. Y se refugian en mí, apelando contra sus padres. El niño es la Ignorancia. La niña es la Miseria. Cuídate de ambos, pero especialmente del primero, porque en él van contenidas todas las calamidades. En su frente lleva escrita la palabra "Perdición", de no haber quien la borre.
-¿No tienen refugio o recurso alguno? - preguntó Scrooge.
-¿No hay presidios? - replicó el Espíritu abrumándole con sus propias palabras -.¿No hay asilos?

La campana dio las doce.

Scrooge miró a su alrededor buscando al Espíritu, sin encontrarlo. Al terminar el eco de la última campanada, recordó la profecía de Marley y levantando dos ojos, vio acercarse hacia él, envuelto en amplia túnica y encapuchado, un fantasma que avanzaba deslizándose sobre la tierra como se desliza la niebla sobre el mar.


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